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Rococó,  clasicismo  y  romanticismo







                 la seguridad de su existencia declinan también  la pública estima-



                ción y su dignidad; adopta reprobables  maneras, adquiere hábitos


                desordenados,  se  hace  indigno  de  confianza  y  origina  finalmente


                tipos como Savage, que hubieran sido imposibles en tiempos de la



                cultura cortesana, y que son en cierto  modo  los precursores de los


                 modernos  bohemios.


                           Afortunadamente, el  mecenazgo privado no cesa tan repenti­


                 namente  como  el  político.  La vieja  tradición  aristocrática del  pa­



                 tronazgo  no  había  desaparecido  nunca  por  entero,  y  ahora  que


                 los  escritores  pueden  y  tienen  que  volverse  de  nuevo  a  intereses


                 privados,  experimenta  una  especie  de  renacimiento.  El  nuevo



                 patronazgo no es, efectivamente,  tan amplio como lo había sido el


                antiguo,  pero  actúa  en  general  atendiendo a consideraciones  más


                 adecuadas,  de  manera  que  más  pronto  o  más  tarde  todo  escritor


                con  dotes  encuentra  un  mecenas  si  se  molesta en  buscarlo                                                                       De



                 cualquier  manera,  hay  muy pocos  autores  que  estén  en  condicio­


                 nes de renunciar al apoyo privado en este período de transición en­


                 tre  la  propaganda  política  y  el  ejercicio  libre  de  la  literatura.  Se



                 oyen  constantemente  quejas  contra  el  patronazgo,  pero  apenas  si


                 existe  un caso  en el  que  un escritor  haya tenido valor de abando­


                 nar a su protector. La dependencia con respecto a un mecenas era,


                 sin  embargo,  menos  incómoda  que  la  dependencia  de  un  editor,



                 aunque  aquélla  tenía  un  carácter  mucho  más  personal  y,  por  lo


                 tanto,  frecuentemente parecía ser más humillante. Incluso el mis­


                 mo Johnson,  que  se pronunció  toda  su  vida contra  la solicitación



                 de  un  protector  y  no  obtuvo  mucho  de  la  institución  del  mece­


                 nazgo, admitía que se podía ser protegido de un gran señor y a pe­


                 sar de ello conservar  la independencia.  Las  relaciones  de Fíelding


                 con su protector demuestran que esto,  efectivamente,  era posible.



                 Los escritores que no disfrutaban del apoyo privado debían alqui­


                 larse como  jornaleros  literarios  en  la  mayoría de  los  casos  y  reali­


                 zar  trabajos  de  traducciones,  extractos,  ediciones  revisadas,  co­



                 rrección  de  pruebas,  colaboraciones  en  los  periódicos  y  obras


                 populares de consulta.  Incluso Johnson, que más tarde sería el ár-







                              A.  S,  Collins, Authorsbip in tbe Days of Johnson,  1927, pág.  161,






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