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Historia social  de  la literatura y  el  arce







                         rantia para el  funcionamiento perfecto del organismo económico y


                         la realización del bien común.  En esta fe en la autorregulación de la



                         economía  y  en  el  equilibrio  automático  de  los  intereses  se  basaba


                         naturalmente  todo  el  optimismo  de  la  Ilustración;  tan  pronto


                         como éste comenzó a desaparecer, se hizo cada vez más difícil iden­



                         tificar  la  libertad  económica  con  los  intereses  del  bien  común  y


                         considerar la libre  competencia como  una  bendición para todos.


                                   El alejamiento del autor con respecto a sus personajes, su pun­


                         to de vista estrictamente incelectualista frente al mundo, su  reserva



                         en  sus  relaciones  con  el  lector,  en  suma,  su  contención  clasicista


                         aristocrática cesan al mismo tiempo que comienza a imponerse el li­


                         beralismo económico.  El principio de  la libre competencia y el  de­



                         recho a la iniciativa personal  tienen  su paralelo en  la tendencia del


                         autor  a  expresar  sus  sentimientos  subjetivos,  a  poner  en  vigor  su


                         propia personalidad y a hacer al lector testigo inmediato de un con­


                         flicto íntimo del alma y  de  la conciencia.  Pero este  individualismo



                         no es simplemente  la  traducción del  liberalismo económico a la es­


                         fera  literaria,  sino  también  una  protesta  contra  aquella  mecaniza­


                         ción, aquella nivelación y aquella despersonalización de la vida que



                         está ligada con la economía, abandonada a sí misma.  El individua­


                         lismo traslada el laissez-faire a la vida moral, pero protesta al mismo


                         tiempo contra el orden  social en el que el  hombre, separado de sus


                         inclinaciones  personales,  se  convierte  en  soporte de  funciones  anó­



                         nimas,  en  comprador  de  mercancías  estandarizadas  y  en  comparsa


                         de  un  mundo  que  se  hace  cada vez  más  uniforme.  Las  dos  formas


                         fundamentales  de  la causalidad  social,  la  imitación  y  la  oposición,



                        se  alian  ahora para  hacer  aparecer  la  actitud  romántica.  El  indivi­


                        dualismo de este romanticismo es, por un  lado,  una protesta de  las


                         clases progresistas contra el absolutismo y el intervencionismo esta­


                         tal, pero es  también, por otro,  una protesta contra  esta protesta,  es



                        decir contra las concomitancias y consecuencias de la revolución in­


                        dustrial,  en  las  que  la  emancipación  de  la  burguesía  encuentra  su


                        conclusión. El carácter polémico del romanticismo se expresa, sobre



                         todo, en que no sólo se mueve dentro de formas individualistas, sino


                        en que  hace de su  individualismo un  programa.  Su  ideal  de perso­


                        nalidad, así como su concepto del mundo sólo podía formularlos, en






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