Page 27 - Los caminos de Virginia
P. 27
Octavio Paz en su obra El arco y la lira (1956) recorre la historia para identificar cómo la
referencia del hombre ha ido cambiando a través del tiempo. En la Antigüedad el Universo
tenía una forma y un centro. Aristóteles, por ejemplo, imaginaba un centro inmóvil que a
su vez movía todos los demás astros del cielo. Según Paz, para los griegos y latinos el
movimiento estaba regido por un ritmo cíclico y esa figura rítmica fue durante siglos el
arquetipo de la ciudad, las leyes y las obras (260). La modernidad por su parte, desplazó esta
idea. El cristianismo hizo del tiempo un vector lineal finito y el espacio como extensión
finita había sido heredado e incorporado desde tiempo de los griegos. En la Edad Media, el
vínculo del hombre con la divinidad era estrecho, y en un acto de fe el hombre medieval
hizo de Dios un motor trascendente que mueve los hilos del mundo desde lo incognoscible
y de forma misteriosa, sin embargo, en el Renacimiento este vínculo se fue desvaneciendo.
Pico Della Mirandola pone en la voz de Dios al dirigirse al primer hombre:
Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho
ni celeste ni terreno, ni mortal, ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo,
te informases, y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las
bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas. (42-43)
De manera que, sin abandonar la idea de Dios, en el Renacimiento hay una separación
tajante entre la fe y la ciencia, entre Dios y el hombre. El hombre se aisló a sí mismo, “nos
quedamos solos”, tal como afirmó Paz. En el instante que esto sucede, es posible pensar en
un “pensamiento moderno”. Si bien hay una afirmación del yo, la realidad se desvanece, tal
como le sucediese a Descartes a través de sus Meditaciones metafísicas (1641) en el
momento en el que duda de la realidad sensible. El hombre, como se ha dicho, entra en un
estado de soledad, y esto sucede a tal punto que se torna un extraño en el mundo. El
monólogo shakesperiano delata un grito interior desde las profundidades, ese que Paz
explica como el discurso en el que “nunca soy yo, sino otro, el que escucha lo que me digo a
mí mismo”. Momentos después de que confirma quienes son los asesinos de su padre,
27