Page 56 - Los caminos de Virginia
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asume frente a la realidad una actitud agnóstica interesada ya que se desconoce si hay o no
una divinidad tras los movimientos del universo, pero sin embargo, así mismo, existe una
inquietud por saber qué hay más allá tal como lo manifiesta Ospina en el poema “La
muchacha de la fotografía”: “Quise saber qué centro indefinible,/ qué invisible alfarero va
ordenando en belleza/ la substancia terrestre” (2010, 287). Este agnosticismo interesado se
percibe en un filósofo como David Hume. En la última revisión que hizo de los Diálogos
sobre la religión natural (1779), en 1776, año de su muerte, agregó un último discurso al
final de la obra. Luego de que los personajes que intervienen en el diálogo debatiesen acerca
de si la causa o causas del orden en el universo guardan probablemente alguna remota
analogía con la inteligencia humana, el personaje escéptico expone su interés por conocer la
verdad, “Ser un escéptico filosófico es, en un hombre de letras, el primer y más esencial
paso para ser un fiel y verdadero cristiano” (188), es decir, al igual que Descartes, piensa que
el primer paso para construir conocimiento y trascender es el escepticismo, hay una duda
motivada e interesada. El discurso que pone en voz de Filón es el siguiente:
“[…]el sentimiento más natural que un ánimo bien dispuesto abrigará en esta ocasión será un vehemente
deseo y esperanza de que los Cielos se dignarán disipar, o aliviar al menos, esta profunda ignorancia
ofreciendo a la humanidad alguna revelación especial y desvelando algunos aspectos de la naturaleza,
atributos y operaciones del divino objeto de nuestra fe” (188)
Así pues, el hombre se encuentra entre un acá y un allá en el que media lo que los
hinduistas llamaban un velo de Maya, y con el discurso de Hume aparentemente el hombre
está sometido a la ignorancia, pero al mismo tiempo está esperanzado por desvelar la
verdad. El hombre está en la tensión entre el escepticismo y el asombro. Octavio Paz
describe este estado como el “Estar y no estar”.
El estado de asombro asaltaba a Borges cuando contemplaba las rayas del tigre o el laberinto
de la rosa. Pero, además, el poeta o el artista presienten que esa naturaleza que los asombra,
que se les aparece como enigma, está habitada por algo que no es natural sino sobrenatural.
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