Page 70 - Los caminos de Virginia
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moderna y la pérdida de los dioses son síntomas de un mundo acabado, en ruinas. Octavio
Paz explica el fenómeno de la arquitectura de la ciudad moderna de la siguiente manera:
Una mezquita o un arco triunfal romano son obras impregnados de significación: duran
por haber sido edificados sobre significados perdurables, no únicamente en razón de la
mayor o menor resistencia de sus materiales. Incluso las cuevas del paleolítico se nos
aparecen como un texto tal vez indescifrable pero no desprovisto de sentido. Los aparatos y
mecanismos de la técnica, apenas cesan de funcionar, se vuelven insignificantes: nada dicen,
excepto que han dejado de servir […] (263)
Para Swedenborg, tal como lo expresa en su obra Del cielo y del infierno, el infierno es una
estado anímico, algo que pertenece al espíritu:”[…] De ahí se ve que el hombre que se halla
en el mal está liado con el infierno; en efecto se halla allí, con, respecto a su espíritu” (547) y
Baudelaire explica en sus notas a las flores del mal que “la frase poética puede imitar (y por
ello se empareja al arte musical y a la ciencia matemática) la línea horizontal, la línea recta
ascendente; que puede remontarse hasta el cielo, sin esfuerzo visible, o descender
perpendicularmente al infierno a la mayor velocidad” (181). “El loco” en la urbe se halla en
el infierno, en la nada, en el vacío.
Queda por responder: ¿De qué forma se le ha revelado este secreto? Una “mirada atenta”
parece sugerir el poema “El profeta”.
Hay mil profetas esperando los mensajes del firmamento,
La aparición de los jinetes, las nuevas letras en los astros,
El clarín que rompa en la noche las negras cavernas del cielo,
Pero esos ansiosos profetas sin duda no son el profeta.
Si eres el profeta en verdad, leerás en mensaje en todo,
En los rostros que la humedad va dibujando sobre el muro,
En la forma de ese cordel que los albañiles arrojan,
En los avisos de los diarios donde van envuelto los víveres. (2010, 310)
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