Page 72 - Los caminos de Virginia
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tienda llueve, hay un bombardeo, hay muertes en las calles, suben los índices de las
estadísticas, invasiones de publicidad. Éste es el mundo en que este caminante se mueve y el
poeta parece sugerir que este contexto es el que hace que no le otorgue el valor que el
viajero-poeta le otorga a través de la poesía. Él si observa las virtualidades existentes que hay
tras los objetos, en los espejos observa el reflejo de los linajes esfumados, tras los viejos
libros púrpura y oro observa que hay historias de amores y viajes a reinos inaccesibles. El
hombre que visitas los anticuarios, en este caso, no rechaza sino que se conforma con la
realidad en la que vive, que según el viajero testigo de este viajero moderno que “deplora los
tiempos viejos, cuando todo era lento y había tiempo de hallar a Dios en las cosas” (2010,
296). Este hombre que visita a los anticuarios, es según el poeta, un “hombre inútil en la
tarde de lluvia” (2010, 295).
Así pues, según lo anterior, lo único que le resta al poeta de la modernidad es extraer la
quintaesencia de la ciudad y como un alquimista “extraer oro del barro”, usando la
expresión de Baudelaire. El poeta-profeta dejará de ser ese sujeto que hallaba en tiempos
pasados los mensajes ocultos en lugares oníricos, para encontrarlos en la cotidianidad. Con
respecto a los dioses o sus mensajes, afirma Ospina en su ensayo Los artistas y sus dioses:
Cada quien tiene que encontrarlos a su manera: en el agua, en el whisky, en el éter, en la
influencia de otros autores, en el conocimiento de las ciencias o de las filosofías, como
Goethe, en el recuerdo del tono de la voz de una abuela perdida, como García Márquez, en
las pesadillas de la fiebre de una septicemia, como Borges, esos dioses existen y les dictan
sus obras por igual a los más creyentes y a los más incrédulos” (2008, 36)
Yurkievich menciona como una característica de la directriz realista-historicista el “héroe
negativo”. El loco y el anciano al que nadie escucha son dos ejemplos de este tipo de
personaje. Foucault, por su parte, recuerda que en Europa, durante siglos, la palabra del
loco o bien no era escuchada, o bien, si lo era, recibía la acogida de una palabra de verdad.
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