Page 24 - Maquiavelo, Nicolas. - El Principe [1513]
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XXIV  ANA  MART1NEZ ARANCON

      a su amigo Francesco Vettori, le cuenta su vida cotidiana en
      su pequeña propiedad de Sant' Andrea in Percussina, tan cer-
      ca y tan lejos de Florencia. Se levanta antes del amanecer
      y sale a pasear por el campo. A veces caza, a veces charla con
      los campesinos. Lleva un libro bajo el brazo: Petrarca o al-
      gún poeta latino, y se sienta en una fuente a leer versos y
      a recordar amores. Después se va a la posada, donde interro-
      ga a los viajeros, con una cortesía que no oculta del todo su
      impaciente y febril sed de noticias, sobre las novedades de
      Florencia y de sus lugares de origen. Vuelve a casa a comer,
      y torna a la posada para jugar a las cartas. Al anochecer, re-
      gresa a su casa, y entonces se refugia en un mundo exclusi-
      vamente suyo. Es como si la vulgaridad de la jornada no fuera
      más que un disfraz para proteger mejor ese jardín secreto,
      como si se escondiera en gestos comunes para que nadie sos-
      pechara su tesoso, del mismo modo que los avaros, velando
      por ocultar su riqueza, se cubren de paños harapientos. El
      día no ha sido más que un prólogo para la verdadera vida,
      un prólogo ascético, que por el contraste y la espera hace más
      precioso el momento en que, entrando en su estudio, se re-
      viste mentalmente  con un traje curial y entra en conversa-
      ción con los difuntos, como dirá más tarde Quevedo, otro
      gran lector y también político frustrado. Esos ilustres varo-
      nes del pasado, escribe Maquiavelo, lo acogen amablemen-
      te y le ofrecen esa vida para la que siente que ha nacido.
      «Durante cuatro horas -prosigue-  no siento fastidio algu-
      no; me olvido de todos los contratiempos; no temo a lapo-
      breza, ni me asusta la muerte.»  15
        Pero estas veladas, en las que el apasionado ex canciller
      florentino se siente en su ambiente, discutiendo, a través de
      los libros, con los grandes sabios de la Antigüedad,  no le
      sirven sólo para confortar su espíritu o para soñar, sino para
      analizar, a la luz del pasado, los actualísimos problemas de
      la Italia de su tiempo, y para tratar de cimentar un futuro
      diferente. Así que, en la misma carta, tras confiarle a su ami-
      go el placer y el sosiego que le proporcionan sus diálogos con



        15  N. Maquiavelo, Cartas pnvadas,  Eudeba, Buenos Aires, 1979, p. 118.
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