Page 30 - Maquiavelo, Nicolas. - El Principe [1513]
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XXX    ANA MARTINEZ ARANCON

      rrupto puede soportar la tiranía. Y, cuando la libertad se gana
      y puede conservarse por algún tiempo; es difícil que una ciu-
      dad se la deje arrebatar de nuevo.
        Pero Maquiavelo no piensa sólo en su fe republicana cuan-
      do envuelve en ejemplos antiguos y modernos este consejo
      envenenado. Sus ojos miran más lejos: quiere una Florencia
      unida y en pie de guerra, bien adiestrada y pertrechada, dis-
      puesta a ponerse a la cabeza de una nueva nación italiana.
      Quiere que Italia recupere su iniciativa y expulse a los ejérci-
      tos extranjeros que llevan siglos disputándose sus pedazos co-
      mo botín y utilizando sus disensiones como instrumento en
      ayuda de sus propios intereses. Sueña con una península li-
      bre, por fin, de los bárbaros y dispuesta a recobrar su hege-
      monía o, por lo menos, el respeto que se debe a sí misma.
        Por lo que toca a la política interior, Maquiavelo advierte
      que es imposible que un príncipe reúna en sí todas las virtu-
      des morales, y, aun en el caso de que fuera posible, no sería
      conveniente, pues los asuntos humanos requieren otra espe-
      cie de capacidades. No hay que titubear,  pues, en seguir
      aquel comportamiento que, aunque parezca vicioso a los ojos
      de la moral, proporcione a quien lo siga la seguridad y el
      bienestar. Y tampoco se pueden dar reglas generales, pues
      la personalidad del sujeto y las circunstancias de que se vea
      rodeado harán que resulte adecuado un tipo u otro de ac-
      tuación.
        Pese a estas salvedades, hay algunas reglas que, por loco-
      mún, dan buenos resultados si se aplican en la relación del
      príncipe con sus súbditos. En primer lugar, nuestro florenti-
      no recomienda que el gobernante se incline más bien a la
      tacañería que a la liberalidad; novedosa recomendación que
      no sólo se opone al desprendimiento predicado por la moral
      cristiana, sino también a la prodigalidad exhibida orgullo-
      samente como distintivo de la conducta caballeresca.
        Con respecto a la crueldad y la clemencia, no hay regla
      fija, pues depende mucho del carácter del gobernante y de
      sus necesidades. Maquiavelo es ardiente partidario de la dis-
      ciplina, y piensa que .sólo algunos jefes con buena estrella
      y poderosísima personalidad pueden permitirse 'el lujo de ser
      clementes sin que la situación degenere en el caos, que sue-
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