Page 123 - El fin de la infancia
P. 123

—¿Qué decía?
               —No recuerdo muy bien, pero algo así como Jeffrey, sube a la loma, rápido. Te
           ahogarás si te quedas aquí. Estoy seguro de que me llamó Jeffrey, no Jeff. Así que no

           era ninguno de mis amigos.
               —¿Era la voz de un hombre? ¿De dónde venía?
               —Estaba muy cerca de mí. Y parecía un hombre...

               Jeff titubeó y George lo incitó a que siguiera.
               —Adelante...  Imagina  que  estás  en  la  playa,  y  dinos  exactamente  qué  pasó
           entonces.

               —Bueno, no se parecía a ninguna voz conocida. Me pareció que era un hombre
           grande.
               —¿Y no dijo nada más?

               —No... hasta que comencé a subir por la loma.
               Entonces ocurrió otra cosa rara. ¿Conoces el camino de los acantilados?

               —Sí.
               —Yo estaba subiendo por ahí, pues es el más corto. Yo ya sabía lo qué pasaba.
           Había visto la ola. Además, hacía un ruido horrible. Y de pronto descubrí, que en
           medio del camino había una roca enorme. Nunca había estado. Y no me dejaba pasar.

               —La habría hecho caer el terremoto —dijo George.
               —Chist... Sigue, Jeff.

               —No  sabía  qué  hacer,  y  sentía  que  se  acercaba  la  ola.  Entonces  la  voz  dijo:
           "Cierra los ojos, Jeffrey, y ponte una mano delante de la cara". Parecía un chiste, pero
           lo hice. Y entonces hubo como un gran fuego —alcancé a sentirlo— y cuando abrí
           los ojos la roca ya no estaba.

               —Ya no estaba.
               —No. Así que empecé a correr de nuevo, y por eso casi me quemo los pies, pues

           las  rocas  del  camino  estaban  terriblemente  calientes.  El  agua  silbó  cuando  llegó  a
           esas rocas, pero ya no podía alcanzarme, yo estaba muy alto. Y eso es todo. Bajé
           cuando la ola se retiró. Entonces descubrí que mi bicicleta ya no estaba, y que se
           había roto el camino de los arrecifes.

               —No te preocupes por la bicicleta, querido —dijo Jean abrazando a su hijo—. Te
           compraremos otra. Lo único que importa es que no te hiciste daño. No nos interesa

           saber cómo pasó.
               Esto no era verdad, por supuesto, pues la conferencia comenzó tan pronto como
           Jean y George dejaron el cuarto. No sacaron nada en limpio, pero la reunión tuvo dos

           consecuencias.  A  la  mañana  siguiente,  sin  decirle  nada  a  George,  Jean  llevó  a  su
           hijito al psicólogo de niños de la colonia. Jeff volvió a narrar su historia, sin azorarse
           ante la novedad del escenario. Más tarde, mientras su paciente rechazaba uno tras

           otro los juguetes amontonados en otra habitación, el psicólogo tranquilizó a Jean.




                                        www.lectulandia.com - Página 123
   118   119   120   121   122   123   124   125   126   127   128