Page 126 - El fin de la infancia
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cadena de comités. Pero el sistema daba resultado, gracias a los pacientes estudios de
los psicólogos sociales, los verdaderos fundadores de Nueva Atenas. Como la
comunidad era bastante reducida, todos podían tomar parte en su dirección, y ser de
ese modo verdaderos ciudadanos.
Era inevitable que George Greggson, como miembro principal de la jerarquía
artística, estuviese en el comité de recepción. Pero para evitar cualquier error movió
algunas influencias. Si los superseñores querían estudiar la colonia, George quería
estudiar a los superseñores. Jean no se sentía muy feliz con este proyecto. Desde
aquella noche, en casa de Boyce, había sentido una vaga hostilidad hacia los
superseñores, aunque no podía explicar sus motivos. Deseaba relacionarse con ellos
lo menos posible, y una de las principales atracciones de la isla había sido la posible
independencia. Ahora temía que esta independencia estuviese amenazada.
El superseñor, para decepción de los que esperaban algo más espectacular, llegó
sin ceremonias en una ordinaria máquina volante de fabricación humana. Podía haber
sido el mismo Karellen, pues nadie era capaz de distinguir a un superseñor de otro
con bastante seguridad. Todos parecían duplicados de un molde original y único.
Quizá, y mediante ciertos desconocidos procedimientos biológicos, lo eran de veras.
Después del primer día los isleños dejaron de prestar atención al coche oficial
cuando atravesaba la colonia de camino hacia alguna visita. El nombre del visitante,
Thanthalteresco, demostró ser poco práctico para usarlo diariamente, y pronto se lo
designó como "el inspector". Era un nombre bastante exacto, pues su apetito por las
estadísticas parecía insaciable.
Charles Yan Sen estaba totalmente agotado cuando, bastante después de
medianoche, acompañó al inspector hasta la máquina voladora que le servía de base.
Allí, sin duda, continuaría su trabajo, durante toda la noche, mientras sus anfitriones
humanos se permitían la debilidad de dormir.
La señora Sen estaba esperando ansiosamente a su marido. Formaban una
cariñosa pareja, a pesar de que Sen tenía la costumbre de llamarla Xantipa, y en
presencia de invitados. La mujer había tratado de replicarle en forma apropiada,
sirviéndole una copa de cicuta; pero por suerte este brebaje herbívoro era menos
común en la nueva Atenas que en la vieja.
—¿Todo estuvo bien? —preguntó mientras Sen se sentaba ante una comida fría.
—Creo que sí, aunque nunca se puede saber qué pasa por el interior de esas
notables mentes. Mostró mucho interés, hasta hizo algunos cumplidos. Le pedí
disculpas por no traerlo a casa, y me dijo que comprendía, y que no deseaba
golpearse la cabeza contra el techo.
—¿Qué le mostraste hoy?
—El aspecto material de la colonia, que no le pareció aburrido como a mí. Hizo
las preguntas más inimaginables sobre producción, presupuestos, recursos minerales,
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