Page 125 - El fin de la infancia
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El pedido de Karellen, aunque se lo esperaba desde un principio, cayó como una
bomba. Representaba, para todos, una crisis en los asuntos de la isla, y era imposible
imaginar sus consecuencias.
Los superseñores no habían intervenido nunca en la colonia. La habían dejado
completamente sola, ignorándola como a todas aquellas otras actividades que no
tenían un carácter subversivo o no transgredían las leyes. No se sabía bien si los
propósitos de la colonia podían llamarse subversivos. No tenía una intención política,
pero representaba un anhelo de cierta independencia artística e intelectual. ¿Y quién
podía saber qué saldría de eso? Karellen era capaz de prever el futuro de la colonia
con más claridad que sus fundadores, y quizá no le gustaba.
Claro, si Karellen quería enviar un observador, inspector, o como se lo quisiera
llamar, nadie podía impedírselo. Veinte años atrás los superseñores habían anunciado
el abandono de todos los aparatos de observación, de modo que la humanidad no
tenía por qué seguir pensando que vivía espiada. Sin embargo, la mera existencia de
esos aparatos significaba que, si así lo querían los superseñores, no habría secretos.
Algunos de los isleños habían recibido con agrado el anuncio de esta visita, ante
la posibilidad de aclarar un problema menor acerca de los superseñores: su actitud
ante el arte. ¿Lo consideraban una aberración infantil de la raza humana? ¿Cultivaban
alguna forma artística? En ese caso, ¿era el propósito de la visita puramente estético,
o serían las intenciones de Karellen menos inocentes?
Todo esto era tema de interminables discusiones mientras se hacían los
preparativos para recibir al superseñor. Nada se sabía de él, pero se daba por sentado
que sería capaz de absorber cultura en enormes dosis. Se intentaría llevar a cabo
algún experimento, y las reacciones de la víctima serían estudiadas por todo un
batallón de mentes agudas.
En ese entonces el presidente del consejo era el filósofo Charles Yan Sen, un
hombre irónico, pero fundamentalmente amable, que aún no había cumplido sesenta
años y estaba por lo tanto en lo mejor de su vida. Platón hubiese aprobado a Sen
como un buen ejemplo de estadista-filósofo, aunque Sen no aprobaba siempre a
Platón en quien creía ver una grosera deformación de Sócrates. Sen era uno de los
tantos isleños que tenían el propósito de sacar todo el provecho posible de la visita,
aunque sólo fuese para mostrarles a los superseñores que los seres humanos
conservaban aún su poder de iniciativa y no estaban "totalmente domesticados".
En Atenas no se podía hacer nada sin la autorización de un comité, esa piedra
fundamental del sistema democrático. Ya alguien había definido la colonia como una
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