Page 151 - El fin de la infancia
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seres tenían aparentemente muy pocas emociones, pero había esperado alguna
reacción. En cambio los tripulantes siguieron observando la extensa pantalla y
moviendo las innumerables llaves de sus tableros. Fue entonces cuando Jan
comprendió que estaban aterrizando, pues a veces la imagen de un planeta mayor en
cada aparición brillaba en la pantalla. Sin embargo no se sentía el menor movimiento,
ni ningún cambio de aceleración; sólo una gravedad perfectamente constante que Jan
estimó unas cinco veces menor que la de la Tierra. Las inmensas fuerzas que
gobernaban el navío tenían que estar compensadas con una perfección exquisita.
Y de pronto, y a la vez, los tres pilotos se levantaron de sus asientos y Jan
comprendió que el viaje había terminado. No pronunciaron una sola palabra, y
cuando uno de ellos le hizo una seña indicándole que los siguiera, Jan se dio cuenta
de algo que tenía que haber pensado antes. Era posible que aquí, en el extremo de
esta enormemente larga línea de abastecimientos, nadie entendiese una palabra de
inglés.
Los tripulantes lo observaron gravemente mientras las grandes puertas se abrían
ante los ojos ansiosos de Jan. Era éste el momento supremo de su vida: pronto iba a
ser el primer ser humano que contemplase un mundo iluminado por otro sol. La luz
de rubí de NGS 549672 entró en la nave, y allí, ante él, se extendió el planeta de los
superseñores.
¿Qué había esperado? No estaba seguro. Vastos edificios, ciudades con torres que
se perdían entre las nubes, máquinas que sobrepasaban toda imaginación. Todo esto
no lo hubiese sorprendido. Pero sólo vio una llanura uniforme, que se extendía hasta
un horizonte demasiado cercano, y rota únicamente por otras naves, a unos pocos
kilómetros de distancia.
Durante un momento Jan se sintió decepcionado. Luego se encogió de hombros,
comprendiendo que, después de todo, era natural que un aeródromo se encontrase en
un desierto.
Hacía frío, aunque no mucho. La luz que venía del sol rojo, muy bajo en el
horizonte, no era demasiado escasa; pero Jan se preguntó cuánto tiempo podría
soportar la ausencia de verdes y azules. De pronto vio el enorme creciente, delgado
como una oblea, que subía en el cielo como un arco colocado a un lado del sol. Jan lo
miró durante un rato hasta que comprendió que su viaje no había concluido aún. Ese
era el mundo de los superseñores. Este tenía que ser un satélite.
Lo llevaron a través de la llanura hasta una nave no más grande que un crucero
terrestre. Sintiéndose un pigmeo, Jan se subió a uno de los grandes asientos para
tratar de ver, a través de las ventanillas, el cercano planeta.
El viaje fue tan breve que poco pudo apreciar de ese globo que se alzaba ante él,
cada vez más grande. Aun en las cercanías de su planeta los superseñores utilizaban
alguna versión del navío interestelar, pues en el espacio de unos pocos minutos Jan se
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