Page 153 - El fin de la infancia
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prácticamente no existían, y en la superficie no se veía ningún medio de transporte.
           Vivían allí unas criaturas que gozaban de la propiedad del vuelo, y que no temían la
           gravedad. Era fácil encontrar, sin aviso previo, un vertiginoso precipicio de varios

           centenares  de  metros,  o  descubrir  que  la  única  entrada  en  una  habitación  era  una
           ventana abierta en lo alto de una pared. De mil modos Jan comenzó a comprender
           que la psicología de una raza alada tenía que ser fundamentalmente distinta a la de

           unas criaturas atadas a la tierra.
               Era raro ver cómo volaban los superseñores como grandes pájaros entre las torres
           de la ciudad, con lentos y poderosos aletazos. Y había aquí un problema científico.

           Este planeta era mayor que la Tierra. Sin embargo Su gravedad era escasa, y Jan se
           preguntó  cómo  tenía  una  atmósfera  tan  densa.  Se  lo  dijo  a  Vindarten  y  éste  le
           respondió lo que Jan casi había supuesto. Los superseñores no habían nacido en este

           planeta. Se habían desarrollado en un mundo mucho más pequeño y luego habían
           conquistado este otro, cambiando no sólo la atmósfera, sino también la gravedad.

               La arquitectura de los superseñores era claramente funcional. Jan no vio ningún
           adorno,  nada  que  no  tuviera  un  propósito  determinado,  aunque  éste  no  fuese  muy
           comprensible. Si un hombre de la Edad Media hubiese visto esta ciudad, bañada por
           una luz roja, y a esos seres que se movían en ella, se hubiera creído seguramente en el

           infierno. Aun Jan, con toda su curiosidad y desprendimiento científicos, se sorprendía
           a veces a sí mismo a punto de caer en un terror irracional. La ausencia total de puntos

           conocidos de referencia podía ser enervante de veras, hasta para las mentes más frías
           y claras.
               Y había tantas cosas que Jan no entendía, y que Vindarten no podía o no quería
           explicar.  ¿Qué  eran  esas  luces  fugaces,  esas  cambiantes  formas,  esos  objetos  que

           atravesaban el aire con tanta rapidez que Jan no sabía en verdad si existían? Podían
           ser algo terrible y angustioso, o tan espectaculares y triviales como las luces de neón

           del antiguo Broadway.
               Jan sentía también que el mundo de los superseñores estaba poblado de sonidos
           que  no  alcanzaba  a  percibir.  Algunas  veces  captaba  unas  complejas  estructuras
           rítmicas que subían y bajaban a lo largo del espectro sonoro, para desvanecerse en el

           borde  superior  o  inferior  del  mismo.  Vindarten  no  parecía  comprender  lo  que  Jan
           llamaba  música,  de  modo  que  éste  nunca  pudo  resolver  satisfactoriamente  el

           problema.
               La ciudad no era muy grande. Era, por cierto, mucho más pequeña que el viejo
           Londres o la vieja Nueva York. Según Vindarten, había miles de esas ciudades en la

           superficie del planeta, y cada una de ellas estaba diseñada con un fin específico. En la
           Tierra  lo  más  semejante  hubiese  sido  una  ciudad  universitaria,  aunque  la
           especialización era aquí mucho mayor. Toda esta ciudad estaba dedicada, descubrió

           Jan, al estudio de las culturas de otros mundos.




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