Page 158 - El fin de la infancia
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quedaban atrás. Era la misma nave, creía, aunque no quizá la misma tripulación. Por
más largas que fueran sus vidas, era difícil creer que los superseñores dejasen
voluntariamente la patria. El viaje interestelar consumía varias décadas.
El efecto de la dilatación del tiempo se manifestaba en ambos sentidos,
naturalmente. Los superseñores tardarían sólo cuatro meses en hacer el viaje de ida y
vuelta, pero se encontrarían al regresar con unos amigos ochenta años más viejos.
Hubiera podido quedarse allá, sin duda alguna, por el resto de sus días. Pero
Vindarten le advirtió que pasarían varios años antes que otra nave volviese a la
Tierra, y que sería mejor que aprovechara esta ocasión. Quizá los superseñores
advirtieron que aun en este tiempo relativamente corto la mente de Jan había llegado
casi al límite de sus recursos. O se había convertido simplemente en una molestia, y
ya no podían atenderlo.
Todo eso no tenía importancia ahora, pues la Tierra estaba muy cerca. La había
visto así, desde lo alto, un centenar de veces, pero siempre a través del ojo remoto y
mecánico de la cámara de televisión. Ahora, al fin, él mismo estaba aquí, en el
espacio, mientras caía el telón sobre el último acto del drama, y la Tierra giraba a sus
pies, siguiendo una órbita eterna.
El enorme creciente verdeazulado estaba en su primera fase; y más de la mitad
del disco se perdía en la sombra. Las nubes eran escasas; sólo unas pocas franjas a lo
largo de la línea de los vientos. La capa de los hielos árticos brillaba intensamente,
pero parecía apagada al lado del reflejo del sol sobre las aguas del norte del Pacífico.
Se hubiese podido pensar que era un mundo de agua; el hemisferio estaba casi
desprovisto de tierra. Australia era el único continente visible: una niebla oscura
envuelta en el resplandor atmosférico que cubría el limbo del astro.
La nave se estaba acercando hacia el extenso cono de sombra; el luminoso
creciente disminuyó, se encogió en un ardiente arco de fuego, y se hundió en la
oscuridad. Allá abajo reinaba la noche. El mundo dormía.
Sólo entonces comprendió Jan qué era lo que estaba mal. Había tierra allá abajo,
¿pero dónde estaban los collares de luz, las resplandecientes espirales que habían sido
las ciudades del hombre? En todo este sombrío hemisferio, ni una sola chispa
interrumpía las sombras. Los millones de kilovatios que habían salpicado
descuidadamente las estrellas, habían desaparecido. Jan pensó que podía estar
mirando la Tierra antes del advenimiento del hombre.
No era éste el regreso que había esperado. No podía hacer nada sino mirar y
aguardar, mientras sentía el temor de lo desconocido. Algo había pasado, algo
inimaginable. Y la nave seguía descendiendo a lo largo de una curva que la llevaba
otra vez al hemisferio iluminado.
No vio nada del lugar de aterrizaje, pues la imagen de la Tierra desapareció de
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