Page 163 - El fin de la infancia
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—¿Pero  por  qué  los  necesita?  —inquirió  Jan—.  Con  esos  tremendos  poderes
           podría hacer cualquier cosa.
               —No —dijo Rashaverak—, tiene sus límites. Sabemos que en el pasado intentó

           actuar de un modo directo sobre las mentes de otras razas, e influir en su desarrollo
           cultural.  Siempre  fracasó,  quizá  porque  el  abismo  es  demasiado  grande.  Nosotros
           somos los intérpretes, los guardianes. O, para usar una metáfora de ustedes, cuidamos

           el campo mientras madura la cosecha. La supermente recoge esa cosecha, y nosotros
           comenzamos otro trabajo. Ésta es la quinta raza a cuya apoteosis asistimos. Cada vez
           aprendemos un poco más.

               —¿Y no se sienten resentidos porque los utilicen como simples instrumentos?
               —El arreglo tiene ciertas ventajas. Por otra parte, ningún ser inteligente se siente
           resentido ante lo inevitable.

               La humanidad, reflexionó Jan torciendo la cara, jamás había aceptado totalmente
           esa proposición. Había muchas cosas, más allá de toda lógica, que los superseñores

           no habían entendido nunca.
               —Parece extraño —dijo Jan— que la supermente los haya elegido para hacer este
           trabajo, cuando no hay en ustedes traza de esos latentes poderes parafísicos. ¿Cómo
           se comunica con ustedes y les hace saber sus deseos?

               —Lamento no poder responderle, ni explicarle mi silencio. Un día conocerá quizá
           parte de la verdad.

               Jan reflexionó un momento, pero comprendió que era inútil seguir preguntando.
           Tenía que cambiar de tema, y quizá más tarde pudiese averiguar algo más.
               —Explíqueme  esto,  entonces  —dijo—.  Hay  algo  que  ustedes  nunca  nos  han
           dicho. Cuando su raza vino por primera vez a la Tierra, en el pasado, ¿qué ocurrió?

           ¿Por qué se convirtieron en el símbolo del terror y el mal?
               Rashaverak sonrió. No lo hacía tan bien como Karellen, pero era una imitación

           aceptable.
               —Nadie lo sospechó nunca, y ya ve usted ahora por qué no podíamos referirnos a
           eso.  Sólo  un  hecho  pudo  haber  impresionado  de  tal  modo  a  la  humanidad.  Y  ese
           hecho ocurrió no en el alba de la historia, sino en su atardecer.

               —¿Qué quiere decir? —preguntó Jan.
               —Cuando nuestras naves aparecieron en el cielo terrestre, hace un siglo y medio,

           se  produjo  el  primer  encuentro  de  nuestras  dos  razas,  aunque  como  es  natural
           habíamos estado estudiándolos desde lejos. Y sin embargo, ustedes nos temieron y
           nos  reconocieron,  como  lo  habíamos  esperado.  No  se  trataba  precisamente  de  un

           recuerdo. Ya sabe usted que el tiempo es mucho más complejo de lo que suponía la
           ciencia terrestre. Pues ese recuerdo no venía del pasado, sino del futuro... de esos
           últimos años en que la raza humana comprendía que todo había concluido. Hicimos

           todo  lo  posible  para  aliviar  ese  final,  pero  no  fue  fácil.  Y  de  ese  modo  fuimos




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