Page 165 - El fin de la infancia
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La ciudad había sido evacuada, indudablemente, antes del fin, pues las casas y
muchos de los servicios públicos estaban todavía en orden. No le costaría mucho
volver a hacer funcionar los generadores, de modo que las anchas calles volvieran a
iluminarse con la ilusión de la vida. Jan jugó con la idea y al fin la abandonó como
demasiado mórbida. Lo único que no deseaba era añorar el pasado. Había aquí todo
lo necesario como para mantenerlo por el resto de sus días, pero lo que más ansiaba
era un piano electrónico y ciertas partituras de Bach. Nunca hasta ahora había podido
dedicarse realmente a la música. Pronto, cuando no se encontraba ejecutando él
mismo, escuchaba grabaciones de las grandes sinfonías y conciertos, de tal modo que
la villa nunca estaba silenciosa. La música se había convertido en un talismán contra
la soledad; esa soledad que un día lo aplastaría, seguramente.
A menudo paseaba por las colinas imaginando lo que había ocurrido en esos
pocos meses en que había faltado de la Tierra. Nunca hubiera pensado, cuando se
despidió de Sullivan hacía ochenta años terrestres, que la última generación humana
estuviese ya en las entrañas de las madres.
¡Qué alocado había sido! Sin embargo, no creía estar arrepentido de su conducta.
Si se hubiese quedado en la Tierra, habría sido testigo de esos últimos años velados
ahora por el tiempo. En cambio había saltado por encima de ellos hasta el futuro, y
había conocido las respuestas que ningún otro hombre llegaría a saber. La curiosidad
de Jan estaba casi satisfecha, aunque a veces se preguntaba por qué los superseñores
seguirían esperando, y qué pasaría cuando esa paciencia recibiera al fin su premio.
Pero la mayor parte del tiempo, con esa tranquila resignación que comúnmente
sólo se conoce al fin de una vida larga y activa, Jan se sentaba ante el teclado y
poblaba el aire con el amado Bach. Quizá se estaba engañando a sí mismo, quizá era
alguna misericordiosa trampa que le tendía la mente, pero le parecía ahora que esto
era lo que siempre había deseado. La más secreta de las ambiciones se había atrevido
al fin a salir a la luz.
Jan siempre había sido un buen pianista... y ahora era el mejor del mundo.
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