Page 166 - El fin de la infancia
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Fue Rashaverak quien trajo a Jan las noticias. Jan ya las había sospechado. Al
comenzar la madrugada se había despertado en medio de una pesadilla y no había
vuelto a dormirse. No podía recordar el sueño, lo que era muy raro, pues Jan creía
que era posible acordarse de todos los sueños, por lo menos enseguida de despertar.
Sólo recordaba que había vuelto a ser niño y que se encontraba en una vasta y
desierta llanura, escuchando una voz potente que lo llamaba en un lenguaje
desconocido.
El sueño lo había perturbado; se preguntó si no sería la primera embestida de la
soledad. Salió impaciente de la villa y fue hacia los prados solitarios.
Una luna llena bañaba el campo con una luz dorada tan brillante que Jan podía
ver sin dificultad. El inmenso y resplandeciente cilindro de la nave de Karellen
descansaba entre los edificios de la base, alzándose por encima de ellos y
reduciéndolos a proporciones humanas. Jan miró la nave tratando de recordar las
emociones que le había despertado alguna vez. Tiempo atrás, esta nave le había
parecido una meta inaccesible, un símbolo de lo que nunca llegaría a realizar. Y ahora
no significaba nada.
¡Qué silenciosa y tranquila parecía! Los superseñores, naturalmente, estarían tan
ocupados como de costumbre, pero por el momento no se advertía su presencia. Era
como si Jan estuviese solo... Y lo estaba de veras, y en un sentido muy real. Alzó los
ojos hacia la luna buscando algo conocido y amable.
Allá estaban los viejos y bien recordados mares. Había estado en el espacio, a
cuarenta años luz de la Tierra, y nunca había pisado esas silenciosas y polvorientas
llanuras situadas a menos de dos segundos luz. Durante un momento se entretuvo
tratando de localizar el cráter Tycho. Cuando llegó a descubrirlo le asombró ver que
aquella mancha brillante se encontraba lejos del centro de la Luna. Y notó entonces
que faltaba el óvalo oscuro del Mare Crisium.
La cara que el satélite volvía ahora hacia la Tierra no era la que había mirado al
mundo desde los comienzos de la vida. La Luna había comenzado a girar sobre su
eje.
Eso sólo podía significar una cosa. En el otro extremo de la Tierra, en los campos
a los que habían despojado tan rápidamente de toda vida, ellos estaban saliendo del
trance. Así como un niño al despertar estira sus brazos para saludar el nuevo día, así
ellos estaban también flexionando músculos y ensayando poderes recientemente
descubiertos.
—Su suposición es correcta —dijo Rashaverak—. Es peligroso que sigamos aquí.
Pueden ignorarnos un tiempo, pero no queremos arriesgarnos. Saldremos tan pronto
como terminemos de cargar nuestro equipo, probablemente dentro de dos o tres
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