Page 162 - El fin de la infancia
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Hasta  ese  entonces  nos  quedaremos  aquí,  para  que  nuestros  especialistas  puedan
           recoger toda la información posible.
               Así que éste es, pensó Jan con una resignación que superaba toda tristeza, el fin

           del hombre. Era un fin no previsto por ningún profeta, un fin que se oponía por igual
           al optimismo y al pesimismo.
               Era, sin embargo, un fin adecuado; tenía la sublime inevitabilidad de una obra de

           arte. Jan había alcanzado a vislumbrar el universo en toda su inmensidad terrible, y
           sabía ahora que no había allí lugar para el hombre. Comprendía al fin qué vano, si se
           lo volvía a analizar, había sido el sueño que lo había llevado a las estrellas.

               Pues  el  camino  hacia  las  estrellas  se  dividía  en  otros  dos,  y  ninguno  llevaba
           adonde pudieran cumplirse los deseos o los temores del hombre.
               En  el  extremo  de  uno  de  los  senderos  estaban  los  superseñores.  Habían

           preservado su individualidad, su independencia, tenían conciencia de sí mismos y el
           pronombre "yo" significaba algo en su lenguaje. Tenían emociones, algunas de las

           cuales por lo menos eran compartidas por la humanidad; pero estaban atrapados, Jan
           se  daba  cuenta  ahora,  en  un  callejón  sin  salida  del  que  nunca  podrían  salir.  Las
           mentes de los superseñores eran diez, o quizá cien veces más poderosas que las del
           hombre.  Al  hacer  la  cuenta  final  no  había  ninguna  diferencia.  Ambos  estaban

           igualmente desamparados, igualmente abrumados por la inimaginable complejidad de
           una galaxia de cien mil millones de soles y de un cosmos de cien mil millones de

           galaxias.
               ¿Y al fin del otro sendero? La supermente, cualquier cosa que fuese, relacionada
           con el hombre del mismo modo que el hombre con la ameba. Potencialmente infinita,
           inmortal,  ¿durante  cuánto  tiempo  había  estado  absorbiendo  una  raza  tras  otra,

           mientras  se  extendía  entre  los  astros?  ¿Tenía  también  deseos,  tenía  metas  que
           presentía oscuramente pero que no alcanzaría jamás? Ahora contenía todas las obras

           de  la  raza  humana.  No  era  una  tragedia,  sino  una  culminación.  Los  billones  de
           conciencias que como chispas fugaces habían formado la humanidad, no volverían a
           temblar  como  luciérnagas  contra  el  cielo  de  la  noche.  Pero  no  habrían  vivido
           totalmente en vano.

               Aún faltaba, como lo sabía Jan, el último acto. Podía comenzar mañana, o dentro
           de varios siglos. Ni siquiera los superseñores podían estar seguros.

               Jan  comprendía  ahora  los  propósitos  de  estos  seres,  qué  habían  hecho  con  el
           hombre,  y  el  motivo  que  los  ataba  todavía  a  la  Tierra.  Sentía  ante  ellos  una  gran
           humildad, y una gran admiración por aquella paciencia inflexible.

               Nunca  llegó  a  entender  cómo  se  efectuaba  esa  extraña  simbiosis  entre  la
           supermente  y  sus  servidores.  Según  Rashaverak  ese  ser  los  había  acompañado
           siempre, aunque no los había utilizado hasta que lograron desarrollar una verdadera

           civilización y pudieron recorrer el espacio.




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