Page 157 - El fin de la infancia
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adecuado— parecía estar viva. Recordó aquel ojo monstruoso encerrado en su
bóveda... pero no, era inconcebible. No era vida orgánica lo que estaba observando;
no era tampoco, sospechó, la materia familiar.
El rojo sombrío estaba cambiando y era ahora de un tinte colérico. De pronto
aparecieron unas rayas de vívido amarillo. Por un instante Jan pensó que estaba
observando un volcán y unas corrientes de lava que bajaban por las laderas. Pero
estas corrientes, como lo demostraban ciertas motas y chispas ocasionales, se movían
hacia arriba.
Ahora algo más comenzaba a elevarse desde las nubes rojizas, en la base de la
montaña. Era un enorme anillo, perfectamente horizontal y perfectamente redondo, y
tenía el color de algo que Jan había dejado allá lejos, aunque los cielos de la Tierra no
eran de un azul tan hermoso. En ninguna otra parte, en este mundo de los
superseñores, había visto matices semejantes, y Jan sintió soledad y nostalgia ante
esos colores.
El anillo se hacía más grande a medida que ascendía. Estaba sobre la montaña
ahora, y su arco más cercano estaba acercándose con rapidez hacia Jan. Seguramente,
pensó Jan, debe de ser alguna especie de torbellino, un anillo de humo de varios
kilómetros de diámetro. Pero no se veía ningún movimiento de rotación y el anillo, al
aumentar de tamaño, no parecía menos sólido.
La sombra se acercó rápidamente antes que el anillo mismo pasase por encima de
la cabeza de Jan, elevándose todavía más en el espacio. Jan continuó mirándolo hasta
que el anillo fue sólo un hilo azul, difícil de ver en ese cielo rojo. Cuando al fin se
desvaneció, ya debía de encontrarse a muchos miles de kilómetros de altura. Y seguía
creciendo.
Jan miró otra vez la montaña. Era de oro y no se veía en ella ninguna señal. Quizá
se engañaba —ya podía creer cualquier cosa— pero parecía más alta y más estrecha,
y giraba, aparentemente, como el embudo de un ciclón. Sólo entonces, todavía
aturdido, y con la razón en suspenso, recordó Jan su cámara. Elevó el aparato al nivel
de los ojos y enfocó el imposible y estremecedor enigma.
Vindarten se movió rápidamente ocultándole la escena. Con implacable firmeza
las manazas cubrieron el lente y lo obligaron a bajar la cámara. Jan no se resistió,
hubiese sido inútil; pero sintió un terror repentino por aquello que se alzaba en las
márgenes del mundo, y no quiso volver a mirarlo.
No hubo ninguna otra cosa, a lo largo de esos viajes, que no le dejaran fotografiar.
Vindarten no le dio explicaciones. En cambio dejó que Jan le contara, una y otra vez,
y con todos sus detalles lo que había observado.
Al fin Jan comprendió que los ojos de Vindarten habían visto algo totalmente
distinto, y sospechó, por primera vez, que los superseñores también tenían amos.
Ahora Jan estaba volviendo al hogar, y todas las maravillas, terrores y misterios
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