Page 152 - El fin de la infancia
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encontró descendiendo a través de una ancha y nublada atmósfera. Se abrieron las
           puertas de la nave y una rampa los llevó hasta una cámara abovedada El techo giró,
           quizá, cerrándose rápidamente, pues no se advertía ninguna otra entrada posible.

               Pasaron dos días antes de que Jan dejara el edificio. Era un visitante inesperado, y
           no tenían dónde ponerlo. Para empeorar las cosas, ninguno de los superseñores sabía
           inglés.  Toda  comunicación  era  prácticamente  imposible,  y  Jan  comprendió

           amargamente que establecer contacto con una raza extraña no era tan fácil como a
           veces se decía en las novelas. El lenguaje de los signos demostró ser singularmente
           infructuoso,  pues  dependía  en  gran  parte  de  todo  un  sistema  de  ademanes,

           expresiones y actitudes que los superseñores y la humanidad no tenían en común.
               Sería realmente desalentador, pensó Jan, que de todos estos seres sólo los que se
           encontraban en la Tierra conociesen su idioma. No le quedaba más que aguardar, y

           esperar lo mejor. Seguramente algún especialista, algún entendido en razas extrañas,
           vendría  a  encargarse  de  él.  ¿O  era  él,  Jan,  tan  poco  importante  que  nadie  iba  a

           molestarse?
               No había modo de salir del edificio, pues las grandes puertas no tenían controles
           visibles. Cuando un superseñor se acercaba, las puertas se abrían, simplemente. Jan
           había tratado de repetir el mismo truco, había agitado en lo alto diversos objetos para

           interceptar  algún  rayo  de  luz,  había  hecho  todas  las  cosas  imaginables  sin  ningún
           resultado. Comprendió que un hombre de la Edad de Piedra, perdido en una ciudad o

           un edificio modernos, sentiría un desamparo semejante. En una ocasión trató de salir
           junto con uno de los superseñores, pero fue rechazado con mucha suavidad. Como no
           quería molestar a sus anfitriones, Jan no insistió.
               Vindarten llegó antes que Jan comenzara a sentirse desesperado. El superseñor

           hablaba  muy  mal  el  inglés,  con  una  rapidez  excesiva,  pero  sus  progresos  fueron
           sorprendentes.  Al  cabo  de  unos  días  eran  capaces  de  sostener,  sin  grandes

           dificultades,  conversaciones  sobre  cualquier  tema,  siempre  que  no  demandasen  un
           vocabulario especializado.
               Una vez que Vindarten se hizo cargo de Jan, éste no tuvo más preocupaciones.
           Tampoco  pudo  hacer  lo  que  quería,  pues  se  pasaba  la  mayor  parte  del  tiempo

           entrevistándose  con  superseñores  que  parecían  ansiosos  por  realizar  unos  oscuros
           experimentos con el auxilio de complicados aparatos. Jan se cansaba mucho con esas

           máquinas, y después de una sesión ante una especie de dispositivo hipnótico sintió un
           terrible dolor de cabeza que le duró varias horas. Estaba dispuesto a cooperar, pero no
           estaba  seguro  de  que  sus  investigadores  comprendiesen  que  él,  Jan,  tenía  sus

           limitaciones, tanto mentales como físicas. Pasó en verdad mucho tiempo antes que
           pudiera convencerlos de que necesitaba dormir a intervalos regulares.
               Entre estas investigaciones alcanzó a ver, a ratos, la ciudad, y advirtió enseguida

           cuántas  dificultades  y  peligros  encontraría  allí  un  ser  humano.  Las  calles




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