Page 155 - El fin de la infancia
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superseñores  le  presentaban  varios  objetos  terrestres.  Muchos  de  ellos,  descubrió
           avergonzado, le eran totalmente desconocidos. Su ignorancia acerca de su propia raza
           y sus obras era enorme. Se preguntó si los superseñores, con todas sus extraordinarias

           dotes mentales, serían realmente capaces de aprehender todo el conjunto de la cultura
           humana.
               Vindarten  lo  sacó  del  museo  por  una  ruta  distinta.  Una  vez  más  flotaron  sin

           esfuerzo a través de grandes corredores abovedados, pero en esta ocasión pasaban
           ante las obras de la Naturaleza, no ante productos del esfuerzo consciente. Sullivan,
           pensó Jan, hubiese dado su vida por estar aquí, por ver las maravillas creadas por la

           evolución  en  un  centenar  de  mundos.  Pero  Sullivan,  recordó,  probablemente  ya
           estaba muerto...
               De pronto, se encontraron en una galería, en lo alto de una cámara circular de

           unos cien metros de diámetro. No había, como de costumbre, parapeto protector, y
           durante un momento Jan dudó en acercarse al borde. Pero Vindarten estaba de pie en

           la misma orilla, mirando serenamente hacia abajo, y Jan se le acercó prudentemente.
               El  piso  estaba  a  unos  veinte  metros,  demasiado,  demasiado  cerca.  Jan
           comprendió, después, que su guía no había intentado sorprenderlo, y que no había
           esperado,  de  ningún  modo,  esa  reacción.  Pues  Jan  había  lanzado  un  grito  terrible,

           alejándose de un salto del borde de la galería, en un esfuerzo involuntario por ocultar
           lo que había allá abajo. Sólo cuando los apagados ecos de su alarido se perdieron en

           la densa atmósfera, se atrevió Jan a adelantarse otra vez.
               No tenía vida, por supuesto; no estaba, como había creído en el primer momento
           de terror, mirándolo fijamente. Llenaba casi todo el gran espacio circular, y la luz
           rojiza brillaba y temblaba en sus abismos cristalinos.

               Era un ojo solitario y gigantesco.
               —¿Por qué hizo ese ruido? —preguntó Vindarten.

               —Me asusté —respondió Jan humildemente.
               —¿Pero por qué? No pensará que aquí puede haber algún peligro.
               Jan se preguntó si podría explicarle lo que era una acción refleja, pero decidió no
           intentarlo.

               —Todo  lo  inesperado  es  terrible.  Mientras  no  se  lo  analiza  se  puede  siempre
           presumir lo peor.

               El  corazón  le  latía  aún  con  violencia  mientras  miraba  una  vez  más  aquel  ojo
           monstruoso. Era indudable, tenía que ser un modelo, enormemente ampliado, como
           los microbios y los insectos que solían verse en los museos de la Tierra. Sin embargo,

           mientras se lo preguntaba a Vindarten, Jan supo, con enfermiza certeza, que el ojo era
           de tamaño natural.
               Vindarten no pudo decirle mucho; ésta no era su especialidad y nunca había sido

           particularmente curioso. De su descripción Jan sacó en claro la imagen de una bestia




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