Page 161 - El fin de la infancia
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mayores.
               La escena tembló como si una nube de calor hubiese pasado sobre ella, Cuando
           volvió a aclararse, el movimiento había cesado.

               —Mire otra vez —dijo Karellen—. Tres años mas tarde.
               Las  figuritas,  tan  desamparadas  y  patéticas  si  uno  no  conocía  la  verdad,  se
           alzaban  inmóviles  en  el  bosque,  el  valle  y  la  llanura.  La  cámara  vagó

           incansablemente  de  una  a  otra.  Ya,  pensó  Jan,  los  rostros  están  adaptándose  a  un
           molde.  Había  visto  una  vez  algunas  fotografías  donde  docenas  de  imágenes
           superpuestas formaban un rostro "común". El resultado había sido algo tan vacío y

           tan falto de carácter como esto.
               Aparentaban  estar  durmiendo  o  en  trance.  Tenían  los  ojos  muy  cerrados,  y  no
           parecían más conscientes que los árboles que se alzaban por encima de ellos. ¿Qué

           pensamientos, se preguntó Jan, se estarían entrecruzando en esa complicada red en la
           que aquellas mentes eran ahora no más —y sin embargo no menos— que los hilos de

           un  vasto  tapiz?  Y  un  tapiz,  comprendía  ahora,  que  abarcaba  muchos  mundos  y
           muchas razas, y que crecía todavía.
               Ocurrió  con  una  rapidez  que  lo  deslumbró  y  lo  aturdió.  En  un  momento  Jan
           estaba  mirando  una  región  hermosa  y  fértil  con  un  único  elemento  extraño:  las

           innumerables  estatuitas,  dispersas,  aunque  no  sin  cierto  orden.  Y  luego,  en  un
           instante, árboles y pastos, todas las vivientes criaturas que habían habitado esa tierra

           desaparecieron.  Quedaron  solamente  los  lagos  tranquilos,  los  tortuosos  ríos,  las
           quebradas y terrosas colinas —ahora desprovistas del manto verde— y las silenciosas
           e indiferentes figuras que habían causado esa destrucción.
               —¿Por qué han hecho eso? —murmuró Jan.

               —Quizá los perturbaba la presencia de otras mentes, aun esas tan rudimentarias
           de las plantas y los animales. Un día, creemos, descubrirán que también el mundo

           material les molesta. Y entonces quién sabe qué ocurrirá. Comprenderá usted ahora
           por  qué  nos  retiramos  una  vez,  que  cumplimos  nuestra  tarea.  Seguimos
           estudiándolos,  pero  nunca  entramos  en  esas  tierras  ni  metemos  allí  nuestros
           instrumentos. Sólo los observamos desde el espacio.

               —Esto ocurrió hace muchos años —dijo Jan—. ¿Qué ha pasado desde entonces?
               —Muy  poco.  No  se  han  movido  en  todo  este  tiempo,  ni  han  advertido  los

           cambios  del  día  y  de  la  noche,  del  verano  y  el  invierno.  Están  todavía  probando
           fuerzas; algunos ríos han cambiado de curso, y hay uno ahora que fluye hacia arriba.
           Pero no han hecho nada que parezca tener algún propósito determinado.

               —¿Y los han ignorado a ustedes totalmente?
               —Sí, aunque es natural. La... entidad... de la que forman parte no ignora nada de
           nosotros. No le preocupa, aparentemente, que tratemos de estudiarla. Cuando desea

           que nos alejemos, o quiere encargarnos un nuevo trabajo, se manifiesta claramente.




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