Page 164 - El fin de la infancia
P. 164

identificados con el fin de la raza. Sí, aunque aún faltaban diez mil años. Fue como si
           las reverberaciones de un eco distorsionado hubieran recorrido el círculo cerrado del
           tiempo, desde el futuro al pasado. Llamémosle no un recuerdo, sino una premonición.

               La idea no era muy fácil de entender, y durante unos instantes Jan luchó con ella
           en silencio. Sin embargo ya debía de estar preparado: había comprobado bastantes
           veces que causas y efectos pueden trastocarse.

               Tenía que existir algo así como una memoria racial, y esa memoria era de algún
           modo independiente del tiempo. Para ella el futuro y el pasado eran uno solo. Por eso,
           hacía miles de años, los hombres habían alcanzado a vislumbrar una distorsionada

           imagen de los superseñores, a través de una niebla de miedo y terror.
               —Ahora entiendo —dijo el último hombre.
               ¡El  último  hombre!  Jan  apenas  podía  imaginarlo.  Al  lanzarse  al  espacio  había

           pensado  en  alejarse  definitivamente  de  la  raza  humana,  y  sin  embargo  no  había
           aceptado, aun entonces, la soledad. Con el paso de los años el deseo de ver a otros

           seres  humanos  podía  llegar  a  abrumarlo,  pero  por  ahora  la  compañía  de  los
           superseñores le impedía sentirse completamente solo.
               Hasta hacia sólo diez años había habido hombres en la Tierra, unos sobrevivientes
           degenerados. Jan nada había perdido con ellos. Por motivos que los superseñores no

           podían explicar, pero que sospechaban eran principalmente psicológicos, ningún niño
           había venido a reemplazar a los que se habían ido. El Homo sapiens era una raza

           extinguida.
               Quizá, en una de las ciudades todavía intactas, se encontraba el manuscrito de
           algún nuevo Gibbon que historiaba los últimos días de la raza humana. Aunque fuese
           así,  Jan  no  tenía,  aparentemente,  ningún  interés  en  leerlo.  Rashaverak  le  había

           contado lo más importante.
               Aquellos  que  no  se  habían  destruido  a  sí  mismos  habían  tratado  de  olvidar

           dedicándose  a  las  actividades  más  febriles,  como  deportes  salvajes  y  suicidas,
           bastante  parecidos  a  guerras  menores.  A  medida  que  la  población  descendía  con
           rapidez los cada vez más ancianos sobrevivientes se habían ido agrupando como un
           ejército derrotado que cierra filas en la última retirada.

               El acto final, antes que el telón cayese para siempre, había sido iluminado, quizá,
           por relámpagos de heroísmo y devoción y oscurecido por la ferocidad y el egoísmo.

           Jan no sabría nunca si había terminado en medio del terror o la resignación.
               Tenía  muchas  ocupaciones.  La  base  de  los  superseñores  estaba  instalada  a  un
           kilómetro  de  una  casa  abandonada,  y  Jan  se  pasó  varios  meses  equipándola  con

           aparatos que traía de la ciudad más próxima, situada a unos treinta kilómetros. Se
           había  instalado  allí  con  Rashaverak,  cuya  amistad,  sospechaba  Jan,  no  era
           completamente  desinteresada.  El  psicólogo  de  los  superseñores  estaba  todavía

           estudiando el último ejemplar de Homo sapiens.




                                        www.lectulandia.com - Página 164
   159   160   161   162   163   164   165   166   167   168   169