Page 72 - Amor en tiempor de Colera
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La última tentativa del doctor Urbino fue la mediación de la hermana Franca de la
Luz, superiora del colegio de la Presentación de la Santísima Virgen, quien no podía
negarse a la solicitud de ufamilia que había favorecido a su comunidad desde que se
estableció en las Américas. Apareció acompañada por una novicia a las nueve de la
mañana, y ambas tuvieron que entretenerse media hora con las jaulas de pájaros
mientras Fermina Daza terminaba de bañarse. Era una alemana viril con un acento
metálico y una mirada imperativa que no tenían ninguna relación con sus pasiones
pueriles.
No había nada en este mundo que Fermina Daza odiara más que a ella, y a cuanto
tuviera que ver
con ella, y el solo recuerdo de su falsa piedad le causaba un reconcomio de
alacranes en las entrañas. Le bastó con reconocerla desde la puerta del baño para revivir
de un golpe los suplicios del colegio, el sueño insoportable de la misa diaria, el terror de
los exámenes, la diligencia servil de las novicias, la vida entera pervertida por el prisma
de la pobreza de espíritu. La hermana Franca de la Luz, en cambio, la saludó con un
júbilo que parecía sincero. Se sorprendió de cuánto había crecido y madurado, y alabó el
juicio con que llevaba la casa, el buen gusto del patio, el brasero de los azahares. Le
ordenó a la novicia que la esperara ahí, sin acercarse demasiado a los cuervos, que en un
descuido podían sacarle los ojos, y buscó un lugar apartado donde sentarse a conversar a
solas con Fermina. Ella la invitó a la sala.
Fue una visita breve y áspera. La hermana Franca de la Luz, sin perder el tiempo
en preámbulos' le ofreció a Fermina Daza una rehabilitación honorable. La causa de la
expulsión sería borrada no sólo de las actas sino de la memoria de la comunidad, y esto
le permitiría terminar los estudios y obtener el diploma de Bachiller en Letras. Fermina
Daza, perpleja, quiso conocer el motivo.
-Es la petición de alguien que lo merece todo, y cuyo único anhelo es hacerte feliz
-dijo la monja-. ¿Sabes quién es?
Entonces entendió. Se preguntó con qué autoridad servía como emisaria del amor
una mujer que le había torcido la vida por una carta inocente, pero no se atrevió a
decirlo. Dijo, en cambio, que sí, que ella conocía a ese hombre, y por lo mismo sabía que
no tenía ningún derecho a inmiscuirse en su vida.
-Lo único que te suplica es que le permitas conversar contigo cinco minutos -dijo
la monja-. Estoy segura de que tu padre estará de acuerdo.
La rabia de Fermina Daza se hizo más intensa por la idea de que su padre fuera
cómplice de aquella visita.
-Nos vimos dos veces cuando estuve enferma --dijo-. Ahora no hay ninguna
razón.
-Para cualquier mujer con dos dedos de frente ese hombre es un regalo de la
Divina Providencia -dijo la monja.
Siguió hablando de sus virtudes, de su devoción, de su consagración al servicio de
los doloridos. Mientras hablaba, se sacó de la manga una camándula de oro con el Cristo
tallado en marfil, y la movió frente a los ojos de Fermina Daza. Era una reliquia de
familia, antigua de más de cien años, tallada por un orfebre de Siena y bendecida por
Clemente IV.
-Es tuya -dijo.
Fermina Daza sintió el torrente de sangre atropellado en sus venas, y entonces se
atrevió.
-No me explico cómo es que usted se presta para esto -dijo-, si le parece que el
amor es pecado.
72 Gabriel García Márquez
El amor en los tiempos del cólera