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Enciérrese con algún amigo en la estancia más grande bajo la cubier-
           ta de un barco y encierre allí también un puñado de mosquitos, mos-
           cas y otros pequeños insectos. Lleve una gran artesa con agua y
           llénela de peces; cuelgue una botella que gotee agua en otra de cue-
           llo estrecho colocada debajo. Entonces, estando el barco quieto,
           observe cómo los insectos vuelan con parecida velocidad hacia todas
          las partes de la estancia, cómo los peces nadan indiferentemente
           hacia todos los lados y cómo todas las gotas caen en la botella situa-
           da debajo. Y lanzando cualquier cosa hacia su amigo, no necesitará
          arrojarla con más fuerza en una dirección que en otra, siempre que
          las distancias sean iguales, y saltando a lo largo, llegará tan lejos en
          una dirección como en otra.
              Después de observar estas particularidades, creo que nadie du-
          dará de que mientras el barco pem1anezca quieto, deben ocurrir de
          esta manera; haced que el barco se mueva con la velocidad que se
          quiera, siempre que el movimiento sea uniforme y no oscile en esta
          dirección y en otra. Usted no será capaz de distinguir la menor alte-
          ración en todos los efectos citados ni podrá colegir por uno de ellos
          si el barco se mueve o está quieto.

          Con uniforme, Galileo quería decir «con velocidad constante».
      Todas las experiencias que sugiere aquí son de naturaleza mecá-
      nica. Buscamos indicios del movimiento del barco en la trayectoria
       de las moscas, el goteo del agua o la deriva de los peces. Y no ha-
      llamos ninguno. Sin una impresión visual del exterior, en la bodega
      sin escotillas del barco, somos incapaces de responder a la pre-
       gunta de  si estamos quietos o  nos desplazamos con velocidad
      constante. Los ojos tampoco son testigos de fiar. Cuando miramos
      por la ventanilla de un vagón detenido en la estación y el tren si-
      tuado a nuestro lado arranca, recibimos la impresión de que somos
      nosotros quienes nos ponemos en movimiento. Un espejismo que
      se deshace en cuanto desaparece el otro tren y en su lugar obser-
      vamos la vía desierta.  Como aprendemos de niños al montar en
      una montaña rusa, el mejor detector de movimiento es el que lle-
      vamos «instalado» en las tripas, y solo responde a la aceleración.
          Descartado el testimonio de la vista, vamos a depositar nues-
      tra confianza en las matemáticas.






                                             TODO MOVIMIENTO ES  RELATIVO   51
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