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lade a otra de las órbitas permitidas. Puede descender, por
              su cuenta, a una órbita de radio más corto y menor energía.
              El electrón se desprende entonces de  la energía que le
              sobra en su nuevo destino emitiendo un paquete de ener-
              gía o fotón. También puede escalar a una órbita superior,
              pero para ello precisa una inyección de energía del exte-
              rior. La puede absorber de un fotón que salga a su encuen-
              tro o de una colisión con otra partícula, por ejemplo. Esta
              promoción lo  deja en lo que  se conoce como un estado
              excitado,  efímero,  puesto que,  siguiendo una regla casi
              universal de la perezosa naturaleza, los electrones tienden
              a buscar el estado de menor energía disponible.

           - Los saltos del electrón de una órbita a otra se cobran y
              pagan en efectivo con la moneda de los fotones, de modo
              que siempre cuadre el balance energético. La diferencia de
              energía entre el estado de la órbita final (Er) y la inicial (E)
              viene dada por la relación de Planck:  f...E = Er - E¡ = h ·v.

           Tras haberse infiltrado en la luz, la constante de Planck hacía
       su incursión en el átomo. Según Bohr, los cuantos del horno eran
       el producto de los incesantes saltos, arriba y abajo, de los electro-
       nes a lo largo de la escalera energética que levanta la red de áto-
       mos que componen las paredes.
           Las moléculas casi independientes de un gas ofrecen escale-
       ras con peldaños amplios y bien definidos, sobre todo en los nive-
       les más bajos. Por contra, en los sólidos y líquidos, los intensos
       vínculos entre un número exorbitado de partículas urden un entra-
       mado de peldaños de energía muy, muy pequeños, de altura casi
       insignificante. Los electrones tienen a su disposición una oferta
       casi ilimitada de transiciones, de saltos grandes o imperceptibles,
       que generan fotones  de infinidad de  frecuencias,  que terminan
       dando a su espectro un aspecto continuo.
           ¿Por qué iba a asumir la física clásica los preceptos de Bohr,
       algunos de ellos tan arbitrarios en apariencia? Mediante una serie
       sencilla de cálculos, el joven teórico obtuvo con su modelo una
       expresión para la energía de cada órbita en función de un número





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