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mente a causa de este descontento. Necesitaba entender mejor el
                      porqué y darle una fundamentación matemática y física que, por
                      el momento, no podía encontrar.

          «Toda descripción de los procesos naturales debe basarse en
          conceptos formados, en primera instancia, en la física clásica.»

          -  NIELS Bona.

                          Su propuesta llegó en un largo artículo, publicado en tres par-
                      tes, las dos primeras en abril y octubre de 1918, y la tercera, tres
                      años después, en 1922. Los manuscritos muestran que Bohr escri-
                      bió las tres partes de este artículo en 1916 y que apenas introdujo
                      modificaciones relevantes antes de su publicación. Pero necesi-
                      taba meditar y contrastar su planteamiento, y estar totalmente
                      seguro de que lo que había escrito era realmente lo que quería
                      decir. Era su modo habitual de proceder, actuando con una mi-
                      nuciosidad que a veces exasperaba a sus colaboradores cercanos
                      y desconcertaba al resto de científicos. Además, los años de la
                      guerra y la inmediata posguerra no eran el mejor momento para
                      un debate abierto sobre los fundamentos mismos de la física.
                          La pregunta fundamental que  Bohr se hacía en aquel mo-
                      mento era cómo deducir las reglas cuánticas que rigen la estruc-
                      tura atómica a partir de los postulados de la física tradicional.
                      Hacemos hincapié en la palabra «deducir», ya que ese era el quicio
                      de su aproximación; es decir,  el problema no era solo la inter-
                     pretación de los hechos experimentales, sino cómo deducir tales
                      interpretaciones a partir de la física clásica, la que, desde tiempos
                      de Newton, había demostrado ser válida para todos los fenóme-
                     nos hasta entonces estudiados por la física.
                         Su respuesta a este problema es lo que se llamó el «principio
                      de correspondencia», el cual guió la emergente física cuántica en
                     los primeros años de la década de 1920. El punto fundamental de
                     este principio era que debía haber una relación de continuidad
                     entre el mundo clásico y el mundo cuántico.
                         Esta continuidad se manifestaba en dos sentidos. En primer
                     lugar, cualquier teoría específica válida para la descripción de la





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