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Instituto de Estudios Avanzados pensó: «Están totalmente locos».
                    No entendía por qué le querían contratar, ni tampoco por qué le
                    había contratado Comell. Wilson le dijo que no se preocupara, que
                    era un riesgo que había corrido Comell, no él.  «Mientras los pro-
                    fesores den las clases debidamente, habrán cumplido su parte del
                    acuerdo», añadió.  Nadie del departamento era consciente de lo
                    mal que lo estaba pasando.
                        No  obstante, todo estaba a punto de cambiar. Un día, mien-
                    tras comía en la cafetería de los estudiantes, tuvo una epifanía al
                    ver volar una bandeja:


                        Mientras la bandeja volaba dando vueltas, me fijé que había en ella
                        un medallón de Comen. La bandeja giraba y se ban1boleaba, y salta-
                        ba a la vista que el medallón giraba más rápidamente de lo que se
                        bamboleaba. No tenía nada que hacer, así que me puse a calcular
                        cuál sería el movimiento de la bandeja giratoria.


                        Su intuición física le decía que los dos movinüentos estaban
                    relacionados y empezó a jugar con las ecuaciones. Utilizó el forma-
                    lismo lagrangiano que tan bien conocía y obtuvo una relación entre
                    el giro y el bamboleo de 2 a  l. Como también quería entender el
                    problema a la Newton, identificando todas las fuerzas en juego y
                    resolviendo la ecuación de movinüento, se puso a ello. Al te1minar
                    le enseñó sus resultados a Bethe, quien le espetó: «Todo esto está
                    muy bien, Dick. ¿Pero qué importancia tiene?». A lo que contestó:
                    «No tiene la más mínima importancia Lo hago solo por divertinne».
                        Por fin había recuperado su pasión por la física.  Las células
                    grises de Feynman no habían perdido su tono:

                        Seguí trabajando en las ecuaciones de los bamboleos. Después pen-
                        sé en cómo empezarian a moverse las órbitas electrónicas en condi-
                        ciones relativistas. Y después en la ecuación de Dirac. Después, en
                        la electrodinámica cuántica. Y antes de que me diera cuenta estaba
                        «jugando» con el mismo problema de siempre, que tanto me apasio-
                        naba, el que había dejado abandonado al irme a Los Álamos.

                        Feynman había vuelto.






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