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mos podían transfom1arse en otros. Dicho de otra forma, la alqui-
                    mia no era una quimera.  Aunque este tipo de transformaciones
                    alquímicas era ciertamente arriesgado para quien lo practicaba.
                    Los efectos de la radiactividad descontrolada sobre el cuerpo hu-
                    mano son sobradamente conocidos por perniciosos. Por ejemplo,
                    Marie Curie murió de leucemia en 1934, tras años de estar some-
                    tida diariamente a distintas dosis de radiación. Tan duradera es la
                    misma, que hasta hoy en día las pertenencias, libros y documentos
                    del matrimonio Curie se guardan en cajas de plomo.




                    LA PRIMERA PARTÍCULA SUBATÓMICA

                    Mendeléyev había descubie1to la periodicidad de los elementos
                    atómicos basándose en sus propiedades similares, pero no sabía
                    los motivos. Simplemente, podían clasificarse por semejanza. Para
                    encontrar una explicación no bastaba con la química. Hubo que
                    recurrir a la física y,  más concretamente, a la todavía enigmática
                    electricidad.
                        Uno de los precursores de las investigaciones en este campo
                    fue Michael Faraday, el querido discípulo de sir Humphry Davy
                    - cuyo puesto en la Royal Society heredaría a su muerte-  y,
                    por tanto, coetáneo de John Dalton. Faraday, aunque no era muy
                    ducho con las matemáticas, tenía una singular capacidad para
                    idear experimentos más allá de lo imaginable. Uno de ellos con-
                    sistía en enviar una descarga eléctrica a través del vacío y ver
                    qué pasaba. No  observó nada porque su tubo de vacío no era lo
                    suficientemente bueno. Pero sí el de un físico alemán, Heinrich
                    Geissler (1814-1879).  En 1854 observó que en el electrodo posi-
                    tivo,  o ánodo, aparecía un intrigante resplandor verde. Dado que
                    el tubo estaba vacío, algo tenía que haberse desprendido del elec-
                    trodo negativo, o cátodo. Un poco más tarde, en 1876, el alemán
                    Eugen Goldstein sugirió que lo sucedido entre los electrodos dis-
                    tantes no era otra cosa que una «radiación de rayos catódicos».
                        Había dos posibles soluciones al enigma. La primera, supo-
                    ner que estos rayos no eran otra cosa que una simple radiación






         128        EL LEGADO DE DAL TON. LA EXPLOSIÓN ATÓMICA DEL SIGLO XX
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