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EL MOVIMIENTO BROWNIANO

            Este efecto, observado ya en 1827 por el
            botánico escocés Robert Brown (1773-
            1858), del cual  recibe el  nombre, es  tal
            vez la  primera comprobación empírica
            de la existencia de moléculas y, por tan-
            to, de átomos. Brown, con la  ayuda de
            un microscopio, estudió el movimiento
            aparentemente aleatorio de partículas de
            polen suspendidas en agua, y  concluyó
            -como botánico  que  era- que  este
            comportamiento se debía a que los gra-
            nos de polen eran entidades vivas. Años
            antes, en 1785, Jan  lngenhousz observó
            algo parecido con partículas de carbón
            disueltas en alcohol.
                                              Robert Brown en 1855.
            Albert Einstein
            En  mayo del mágico año de 1905, Albert Einstein  publicaba «Sobre el mo-
            vimiento de las  partículas suspendidas en fluidos en reposo, según exige la
            teoría molecular del calor», basando sus cálculos en  métodos estadísticos
            empleados en  la  teoría cinética de los fluidos. Las pequeñas partículas de
            polen -Einstein especuló que su  descripción podía explicar el  movimiento
            browniano- estarían siendo «empujadas» por las pequeñas moléculas de agua
            (de un tamaño mil veces menor que las partículas de polen) por efecto de la
            agitación térmica. Los modelos matemáticos de Einstein fueron corroborados
            y completados empíricamente por el  sueco Theodor Svedberg (1874-1971) y,
            sobre todo, por el  francés Jean  Baptiste Perrin (1870-1942), quien, en 1926,
            recibiría el  premio Nobel por sus experimentos. Perrin no solo validó los cál-
            culos estadísticos de Einstein, sino que también puso el  punto final definitivo
            a la disputa todavía vigente acerca de la existencia real atómica propuesta por
            John Dalton. Como tal aparece en los libros de historia, donde suele recogerse
            su famosa sentencia: «De ahora en adelante, será difícil encontrar argumento
            racional alguno hostil en contra de la hipótesis atómica y molecular».




      de la formación de las moléculas según unas leyes fijas y,  sobre
      todo, simples. Pero, también en el campo de la teoría, este con-
      cepto planteaba un gran problema: según las leyes de la física,
      especialmente la fuerza de atracción gravitatoria de Newton y
      el electromagnetismo de Maxwell, los átomos no deberían exis-






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