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esa fecha todo cambió, aunque John Dalton nunca renunció a su
                     faceta académica corno profesor particular para estudiantes con
                     pocos recursos. Dentro o fuera de la prestigiosa Lit & Phil, John
                     Dalton seguía siendo un convencido cuáquero que vivía en una
                     humilde casa victoriana compartida con un presbítero.
                         El año 1802 marcó el comienzo de su etapa más fructífera. En
                     esos años el mundo de la química estaba deslumbrado por la bri-
                     llante figura del joven Humphry Davy (1778-1829). Davy es todo lo
                     contrario a Dalton. Aunque coincidía con este en su devoción por la
                     obra del francés Lavoisier, su atractivo y arrogancia atraían a multi-
                     tudes a sus conferencias. Davy conseguiría mediante electrolisis la
                     separación del magnesio, el bario, el estroncio, el calcio, el potasio
                     y el sodio. Incluso el aluminio, y así hasta una docena de nuevos
                     elementos, cuando en la época apenas se conocían cincuenta. Y
                     fue más allá: junto con su amigo Thomas Wedgwood (1771-1805),
                     logró ese mismo año de 1802 una primera impresión fotográfica
                     aplicando sus conocimientos en electroquímica y utilizando el ni-
                     trato de plata. Davy -en realidad sir Humphry Davy, pues acabó
                     sus días como presidente de la Royal Society con fama y fortuna- ,
                     admiraba tanto a John Dalton como a su inteligente discípulo Mi-
                     chael Faraday (1791-1867), el descubridor de la inducción electro-
                     magnética y padre, por tanto, de la invención de los generadores y
                     motores eléctricos. Pero era muy crítico, al menos, en sus comien-
                     zos, con el rigor de Dalton en su modesto laboratorio. Sin embargo,
                     la mayoría de historiadores científicos están de acuerdo en la habili-
                     dad experimental de John Dalton, aun cuando en muchas ocasiones
                     sus instrumentos no fueran tan elaborados y precisos como los de
                     Davy.  Esta falta de medios, con frecuencia debida simplemente a
                     sus escasos recursos económicos, era suplida confiando más en su
                     tosca cabeza elemental que en sus manos, en palabras del propio
                     Davy. Aunque la realidad fuese justo la contraria, y Dalton se empe-
                     ñara en repetir en multitud de ocasiones combinaciones y experi-
                     mentos ya inequívocamente realizados con éxito por otros colegas.
                         Con independencia del foco de atención social, centrado en el
                     sobrevalorado Davy, Dalton comenzó a partir de 1802 a publicar
                     un resultado tras otro en una actividad frenética. Su primera gran
                     contribución a la química fue la ya referida a la composición del





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