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centro del universo -y, por tanto, a Dios y al hombre, hecho a su
                    imagen y semejanza-, sino que también en química se rompió la
                    creencia en los cuatro elementos únicos y fundamentales. En este
                    caso gracias a los trabajos del irlandés Robert Boyle, que propuso
                    que toda materia está compuesta de diminutas partículas - los
                    elementos- , distinguiendo entre mezclas y compuestos, siendo
                    estos últimos combinaciones de dos o más elementos básicos.
                    Pero no por esto Boyle dejó  de ser un alquimista convencido.
                    Sus principales críticas contra otros alquimistas se recogen en su
                    famoso libro The skeptical chemist (El químico escéptico, 1661),
                    en el que arremete contra quienes afirmaban rotundamente que
                    la sal, el azufre y el mercurio son los verdaderos principios de las
                    cosas.
                        Sin embargo, Robert Boyle representa un paso fundamental
                    en el pensamiento científico y a él se le otorga merecidamente el
                    apelativo de primer químico. Su comprensión de la materia no
                    se detuvo en los elementos. Supuso que estos mismos aún podían
                    subdividirse en partículas mínimas, todas idénticas entre sí.
                        Aunque de la importancia de Robert Boyle en los trabajos de
                    John Dalton seguiremos hablando en el siguiente capítulo, todavía
                    nos queda citar de nuevo a dos científicos antes de dar paso a la
                    teoría atómica daltoniana. En primer lugar, el francés Lavoisier,
                    que, además de aislar el oxígeno y el hidrógeno del agua, amén de
                    otros numerosos elementos,  aclaró  con precisión el  concepto
                    de este, siendo un elemento «la sustancia más simple que no se
                    puede dividir mediante ningún método de análisis conocido». De
                    igual importancia es su «ley de la conservación de la materia», ya
                    citada anteriormente: «En una reacción química ordinaria la masa
                    permanece constante, es decir, la masa consumida de los reacti-
                    vos es igual a la masa obtenida de los productos» (1774).
                        Esto significa que, en cualquier reacción química, no hay ga-
                    nancia o pérdida de materia. Podemos quemar un tronco de ma-
                    dera en una chimenea hasta reducirlo a cenizas, pero el proceso
                    de combustión producirá gases y hun10.  Aunque la madera haya
                    desaparecido, sus componentes - elementos- permanecen allí,
                    aunque asociados de formas distintas. La materia ni se crea ni se
                    destruye, solo se transforma. Con Lavoisier, poco o nada quedan






        70          LA TEORÍA ATÓMICA.  DE  LA GRECIA ANTIGUA A  MÁNCHESTER
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