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sus respectivos planetas. Pero, re-
cíprocan1ente, el Sol gravita hacia
los planetas, estos hacia sus satéli-
tes y, en definitiva, todos lo hacen
entre sí. Cada cuerpo celeste no
solo está sometido a los dictados
gravitacionales del Sol, sino tam-
bién a la interacción gravitatoria
con el resto. Tomando en cuenta
solo el Sol y un planeta, Newton
demostró que este seguía una
elipse perfecta en su giro alrede-
dor del astro. Pero si, en aras del
rigor y la precisión, tomaba tam-
FIG 2
bién en cuenta la influencia de los
demás planetas sobre aquel objeto
de estudio, observó que la órbita
había de sufrir ciertas desviacio-
nes o perturbaciones en su trayec-
toria, con el peligro de salirse de
su recorrido natural. Era el pro-
blema de las perturbaciones pla-
netarias, principal acicate de las
investigaciones en mecánica ce-
leste durante el siglo XVIII. Un
ejemplo se ilustra en la figura 1, en
la que se muestra la Tierra atraída
por el Sol pero a su vez por Júpi-
ter, con la consiguiente desviación de su órbita.
Este problema físico estaba a su vez relacionado con otro,
que es su contrapartida matemática: el denominado problema de
los tres cuerpos o, en general, el problema de los n cuerpos, que
trajo de cabeza a los matemáticos ilustrados. Puede enunciarse de
manera muy sencilla: dados n cuerpos de distintas masas bajo
atracción gravitacional mutua, se trata de determinar el movi-
miento de cada uno de ellos en el espacio. Aunque el problema
tiene un enunciado aparentemente de gran simplicidad, su solu-
48 LA ESTABILIDA D DEL SISTEM A DEL MUNDO