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Ariel asumió, aunque de mala gana, las condiciones del plan,
pero nada dijo al Almirante sobre el paradero de Fatma. No quería
que los militares supiesen que se encontraba con sus padres. Para
proteger a la joven consideró conveniente exigir a sus superiores al-
guna condición.
—Está bien, actuaré según el plan trazado por el estado mayor,
pero no quisiera que la señorita Hasbúm corra ningún riesgo. Soli-
cito que sea mi padre, David Kachka, quien intermedie entre Fatma
y sus hermanos.
—¿Cree usted que eso podría resultar?
—Sí señor. Mi padre ya ha tenido contactos con los Hasbúm y
sería un excelente interlocutor.
—No está en mi mano autorizar ese pequeño cambio en los pla-
nes, pero lo consultaré con el estado mayor. De todos modos, debe-
mos tener localizada a Fatma Hasbúm.
—Esa es otra de mis escasas condiciones. No deseo que mi pro-
metida se exponga a los servicios secretos ni sea objeto de presiones
o «consejos». Tan sólo mi padre y yo tendremos comunicación con
ella en este cometido.
—Sabe que los servicios secretos podrían localizar fácilmente a
su prometida.
Lo sé, pero en caso de que eso ocurriese abandonaría la misión.
No pueden obligarme a llevar a cabo un trabajo que excede mis
obligaciones. Si no se cumplen mis condiciones no podrán contar
conmigo. Hágaselo saber a los que han tenido esta idea.
El tono de Ariel se volvió más agresivo después de saber que Fat-
ma también formaba parte de aquel plan. Fue entonces cuando con-
sideró poner condiciones que antes ni siquiera se había planteado.
El coronel Peres no se molestó por la insumisión de Ariel. Más
bien al contrario, le pareció razonable que el joven plantease sus exi-
gencias. Él tampoco se sentía cómodo teniendo que comprometer
a un joven oficial en tan desagradable y peligrosa tarea por el mero
hecho de haberse enamorado.
Pocas horas después de su llegada a la base de Haifa, Ariel partió
rumbo a Acre. Estaba contento, ya que por fin podría estar con
Fatma y con sus padres sin verse sometido a la vigilancia del Mosad.
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