Page 172 - Edición final para libro digital
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Ariel miró a su padre dubitativo, pero este asintió con la cabeza
              apoyando así las palabras de Rebeca.
                 El viejo abogado no deseaba que su hijo viese a la palestina en
              aquella situación. David Kachka acababa de ser testigo de cómo el
              llanto se apoderaba de la muchacha, y sabiendo que Fatma no le
              contaría a Ariel lo sucedido para no enfrentarle con su madre, no de-
              seaba que la joven se viese en tal tesitura. Hacía poco más de media
              hora que el padre de Ariel dejara a Fatma durmiendo en el cuarto, y
              las huellas de su desazón serían aún visibles en el rostro de la becaria.
              Lo mejor para todos era que Fatma se hubiese recuperado del todo
              antes de ver al joven. Así se evitarían complicadas excusas.
                 —Está bien. La dejaremos dormir entonces. Pobrecita, por mi
              culpa se ha visto metida en todo este lío.
                 —Tú no tienes la culpa de nada —intervino Rebeca—. Esos dos
              terroristas son hermanos de ella.
                 Ariel se quedó mirando a su madre. Le sorprendió aquella veloz
              intervención para disculparlo y el tono en el que se expresaba res-
              pecto al parentesco de su prometida con los dos acusados. También
              David se dio cuenta de inmediato de que la reacción de su esposa
              podía ser el comienzo de un indeseado conflicto familiar e intervino
              rápidamente.
                 —Tu madre quiere decir que tampoco tú eres culpable de todo
              lo que te está sucediendo. Desde que comenzó esta disyuntiva está
              muy preocupada por vosotros, por ambos. No debes malinterpretar-
              la por lo que ha dicho.
                 —Es verdad hijo. Estoy sumamente preocupada por las conse-
              cuencias que puede acarrear esta situación. Tanto para ti como para
              Fatma. No pretendía cargar la responsabilidad en ella —se disculpó
              Rebeca como pudo.
                 Ariel miró nuevamente a su padre y este volvió a asentir con un
              gesto. El joven Kachka siempre había confiado ciegamente en su pro-
              genitor, y acostumbraba a tener muy en cuenta las reacciones y los ges-
              tos de este. David Kachka lo sabía, y por ello se apresuraba a utilizar
              su influencia para evitar que su hijo tomase decisiones inquietantes.
                 —Bueno. Cuéntanos como te ha ido todo —dijo David para
              evitar males mayores—. Has estado ya en la base, ¿verdad?

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