Page 181 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 Fue, finalmente, al sábado siguiente cuando me pidió hablar
            a solas y, aunque no nos resultaba nada fácil evitar la vigilancia de
            los fieles de Bremon, conseguimos, con la ayuda de Elena, quien
            solicitó ver al jefe alejando así a los dos sicarios de nuestro alrede-
            dor, infiltrarnos en uno de los garajes que se encontraban al fondo
            de la finca. Una vez allí Miguel se me acercó y, tomándome por la
            cintura me atrajo a su pecho y me besó; por primera vez desde que
            nos conociéramos pude sentir toda la pasión que aquel muchacho
            dejó fluir en aquel beso. Yo me entregué totalmente; llevaba mucho
            tiempo deseando que llegase aquel momento, que todas mis du-
            das sobre los sentimientos de Miguel se diluyesen en nuestra saliva
            mientras nuestras lenguas jugaban a enredarse, provocándome una
            sensación nunca experimentada antes, un placentero cosquilleo
            que nacía en el interior de mi boca desplazándose en espasmos por
            todo mi cuerpo hasta llenar mi estómago de minúsculos orgasmos
            interiores. Jamás había sentido tal sensación y deseaba que nunca
            terminase el intenso cosquilleo que los más íntimos rincones de mi
            cuerpo sentían en aquel instante. La situación, a pesar de resultar
            hermosa y excitante, era peligrosa, la posibilidad de que nos en-
            contrasen allí en tan intrínseca analogía suponía un considerable
            riesgo; pero nuestra pasión en aquel momento era tanta que sólo
            podíamos pensar en nuestro deseo. Miguel me empujó suavemente
            hasta la pared trasera de la cochera apretándome con su cuerpo
            contra la misma, suavemente y sin dejar de besarme, desplazo su
            mano por debajo de mi falda, cubriendo totalmente con la palma
            la totalidad de mi sexo, que por aquel entonces estaba ya com-
            pletamente húmedo. Al sentir el contacto, mi excitación se elevó
            unos cuantos grados; jamás había pasado por aquello y jamás había
            creído que podría gustarme tanto. Instintivamente abrí mis piernas
            para permitir a Miguel hacerse dueño de mi intimidad. Muy despa-
            cio fuimos quitándonos la ropa al tiempo que ocupábamos el suelo
            del local, quedando ocultos detrás de uno de los coches que allí se
            guardaban, pronto ambos nos encontrábamos totalmente desnu-


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