Page 183 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

            al jardín. Necesitábamos, al menos yo, relajarnos después de tan
            agotador y placentero encuentro.
                 Aunque no lo analicé entonces, con el tiempo, haciendo una
            recapacitación de mi escasa existencia, reparé en el paralelismo que
            mi vida mantenía con la de mi difunta madre. Con catorce años,
            ella había sucumbido por primera vez a los encantos de un hombre
            y yo era el fruto de aquella locura adolescente que la había llevado
            finalmente al precipicio. Con, exactamente, la misma edad acababa
            yo de entregarme a aquel muchacho, mucho más maduro, del cual
            llevaba tiempo obsesionada; todo cuanto le había reprochado a mi
            madre, todo aquello que me había jurado no repetir yo en mi vida,
            estaba sucediendo con una inusitada analogía. Si bien yo había te-
            nido la suerte de no quedarme embarazada y de encontrarme en
            una situación mucho más ventajosa; era evidente que mi debilidad
            emocional y mi tendencia a las relaciones complicadas, formaban
            parte de la herencia genética de mi progenitora.
                 Fue durante nuestra estancia en el jardín, aprovechando aque-
            llos momentos de intimidad sin la molesta vigilancia de los sicarios
            de mi padre, cuando Miguel me contó todo acerca de su encuentro
            con los chicos y su posterior conversación telefónica con Aurelio;
            pero, por alguna razón, nada me dijo de lo que me revelaría un
            poco más tarde. Ante tan sorprendente declaración me invadió un
            sentimiento muy extraño; de repente tuve la sensación de que to-
            dos aquellos meses en la finca de Bremon no habían sido más que
            unos cuantos días, como si tuviese allí mismo a mi mejor amiga y
            a los integrantes de la banda de Miguel, igual que aquellas tardes
            en el parque, cuando lo cotidiano no tenía más consecuencia que
            un simple enfrentamiento entre adolescentes por la atención de
            un perturbador muchacho, o las largas caminatas con la siempre
            reflexiva Sara por las zonas comerciales de la ciudad, soñando con
            lucir, algún día, todas aquellas prendas de porte elegante y tras-
            cendental que deberían representar la imagen de una señora seria
            y respetable en un futuro ajeno a la patética niñez que marcara el


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