Page 185 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 —¿Cómo ocurrió? —conseguí preguntarle en cuanto el nudo
            que se había formado en mi garganta alivió un poco su tensión.
                 —Aurelio me ha dicho que le dio un ataque al corazón, no
            hemos podido hablar mucho, parece ser que tu tío la abandonó y
            no pudo soportar la angustia. Les he pedido los chicos que nos ayu-
            den si los necesitamos en algo, son muy buenos colegas y podemos
            contar con ellos. Ahora tenemos que buscar la manera de conseguir
            darle la vuelta a nuestra situación, no podemos continuar toda la
            vida como si fuésemos rehenes de Bremon.
                 —¿Sara sabe que seguimos con vida?
                 —Le he pedido a los muchachos que no le digan aún nada
            a las chicas, ni Sara ni Sonia lo saben todavía, no es conveniente
            arriesgarnos hasta que no controlemos nuestra situación aquí.
                 —Ya no tiene sentido volver —me lamenté sin dejar de pensar
            en mi tía—, ahora sólo me queda mi padre, aunque no sea precisa-
            mente mi pariente más querido; ya es hora de que asuma mi papel
            en todo esto.
                 La  noticia  sobre  la  muerte  de Tía  Carmen  había  disipado
            definitivamente mis dudas respecto a una posible declaración
            ante la policía a condición de recuperar mi vida. Por otra parte, el
            conocimiento del cobarde abandono de Tío Enrique dejando sola
            a su mujer con su tristeza y sus esperanzas, habiendo por ello sido
            cómplice de su desgracia, eliminaban definitivamente cualquier
            opción de buscar en su compañía refugio a mi desamparo. Después
            de lo sucedido con Miguel aquel mismo día, ya no concebía otra
            opción que no fuese compartir con él mi futuro inmediato, pero
            para ello tendríamos que establecer un entorno adecuado en el cual
            tuviésemos la posibilidad de movernos en libertad.
                 Habían transcurrido casi dos horas desde que Elena pidiera a
            los hombres encargados de nuestra custodia que la llevasen junto a
            Bremon; inexplicablemente nadie reparó en nosotros durante todo
            ese tiempo, lo cual no dejaba se resultar extraño dada la rígida su-
            pervisión que solían ejercer aquellos hombres con sus cautivos.


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