Page 232 - Luna de Plutón
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mismo. Luego de que la guerra secreta contra los ogros hubo terminada y la junta
decidió que Iapetus había sufrido lo suficiente, por lo menos a manos de ellos, Titán
ya se había visto convertida en una potencia económica y, por lo tanto, aun cuando su
cultura no contemplaba la riqueza o la remuneración monetaria como un requisito de
subsistencia, sí se vieron con la paradoja de que habían tenido tanto éxito en su
carrera por convertirse en una luna poderosa, que desaparecer del panorama y dejar
las cosas tal como estaban antes de la invasión de los ogros, iba a ser mucho más
difícil que haber empezado de cero.
Más tarde, decidieron ayudar a los ogros con la reparación de su nave,
proveyéndolos de los materiales necesarios. A cambio, los misterios de la Tungstenio
ya no serían ningún secreto para los elfos. Seguía siendo una nave formidable, pero
nada más.
Más allá de los campos, el chico y el león se recostaron sobre el pasto, para ver un
panorama dominado por la inmensa nave de los ogros. «Ver eso, tan parecido a las
que aterrizaron aquella vez cerca de Hamíl, me trae malas memorias, tristes
recuerdos», le oyeron decir a una elfa, dueña de aquel campo, cuando cosechaba la
miel de un panal.
Tocó el mediodía y decidieron volver al pueblo, pues era hora de comer, y Hathor
estaba seguro de que Tefnut Netikerty les convidaría buena comida. Knaach se sentía
ansioso por probar el famoso bife que el anciano preparaba, con una chuleta blanda y
de un sabor magnífico, sacada de un animal que también se había beneficiado del
agua de la luna y que influía, desde luego, en el sabor de su carne. Cruzaron
nuevamente la cosecha hasta enrumbarse por el largo camino y llegar al pueblo, a la
redoma de la estatua y la fuente. Fue de casualidad que Hathor tocó el hombro del
felino para avisarle que una figura regordeta y como hecha de piedra estaba de
cuclillas al pie de la figura: Claudia. Knaach le hizo una seña con la cabeza a Hathor
para que lo siguiera, mientras caminaba hasta Claudia.
—Hola —la saludó, sentándose.
La ogro se enjugó los ojos con sus puños y apenas abrió una abertura entre los
dedos para dejar ver uno de sus pequeños ojillos negros.
—Hola —le contestó.
—Te presento a un buen amigo, un elfo. Su nombre es Hathor.
El brillante ojo se dirigió hacia el niño, que sonrió al verla.
—Es muy fuerte, igual que tú…
—¿Sí? No lo parece…
—Claro, es que sus verdaderos poderes están ocultos y los usa cuando son