Page 234 - Luna de Plutón
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sosteniéndose de un largo tubo de hierro que alguna vez perteneció a su nave, y con

  un brazo enyesado.
       —Una princesa no debería estar haciendo esas cosas, y menos en público.

       —¡Él empezó!

       —No importa quién empezó —sentenció el anciano, acercándose lentamente.

       Hathor cerró la boca, impresionado por la estatura de aquel ogro de barba blanca y
  larga,  y  brazos  tan  poderosos  y  musculosos,  que  parecía  sacado  de  una  épica

  fantástica.

       —Además —prosiguió—, esa no es forma de tratar a un amigo que se esmeró en

  cuidarte…
       Claudia cruzó los brazos, enojada, viendo a otro lado, seria, y con el labio inferior

  cubriendo al superior, cosa que le confería la apariencia de un cachalote. Knaach se

  incorporaba lentamente, tosiendo.
       —Es un gusto haberte conocido en la junta, Knaach. Me preguntaba qué forma

  tendrías cuando hablaste aquel día, desde aquel tren, por medio de un zellas. Debo

  reconocer que nos preocupó bastante tu presencia en la misión de Claudia.
       —Ha sido todo un placer velar por ella —refunfuñó.

       —Sí, aprecio que la hayas sabido cuidar bien.

       —¡Yo sé cuidarme sola! —protestó la niña, colocando ambos puños a la cintura.

       —Oh, permíteme que difiera en eso —repuso el anciano, con calma.
       El anciano tomó aire, viendo a las nubes.

       — …recuerdo cuando era una beba; la comisión imperial de los ogros fue para la

  luna Elara, donde se halla la Hermandad Federal de Planetas Unidos. En la ciudad,

  cuando tu padre se descuidó apenas un minuto, trataron de secuestrarte.
       —¿Trataron de secuestrar a Claudia?

       —Así es. Dejaron un largo rastro de hamburguesas que conducía hasta un callejón

  oscuro y la niña las fue siguiendo mientras se las comía de un bocado. Una vez que
  llegó, trataron de subirla a un camión, pero no conseguían cómo empujarla adentro,

  era muy pesada para ellos, ¡incluso era más grande! Así que fueron capturados por tu

  padre y sus guardaespaldas en el acto.

       Knaach no disimulaba que la anécdota le producía risa; se reía por lo bajito de
  manera chocante, viendo a Claudia, que tenía una enorme vena latente surcándole la

  frente, la piel de su cara, de ser rosada, se habría puesto roja oscura de cómo apretaba

  los puños.

       —¡¡Silencio!! ¡Se acabaron las anécdotas!
       —Sí,  tal  vez  sea  mejor  que  regrese  a  la  Tungstenio,  para  ver  cómo  están
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