Page 238 - Luna de Plutón
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de un alto edificio y ver a una ciudad vacía y negra, rodeada de torres alargadas.

       Al  final  de  un  larguísimo  túnel  negro,  se  divisaba  una  tenue  luz  rosada,
  parpadeante, muy diáfana, tras una puerta.

       Mojo sentía el corazón palpitar. En un reflejo, se palpó el pecho, sintiendo la yema

  de sus dedos siendo masajeada agresivamente por su órgano bombeador, su cerebro

  no emitía energía intelectual alguna, solo estaba dominado por una curiosidad latente
  que  satisfacía  su  cobardía  natural  a  medida  que  avanzaba  lentamente,  con  pasos

  cortos, como si con ello pudiese disminuir la posible peligrosidad de lo que estaba

  haciendo.  Se  dio  media  vuelta,  como  para  asegurarse  de  que  la  salida  hacia  los

  escalones  todavía  estaba  ahí.  Lo  que  antes  parecía  solo  una  luz  rosada,  cobró  una
  forma más concisa; se trataba de una salida arqueada idéntica a la del principio, que

  conducía  a  un  camarote.  Mojo  Bond  se  sintió  tranquilizado  por  segundos,  sin

  embargo, el miedo volvió a agolparse violentamente en su pecho cuando divisó unas
  sombras  largas  y  lánguidas  moviéndose  alrededor  de  un  cuarto.  Le  tomó  varios

  minutos de observación quedándose ahí parado, sin embargo, cuando se convenció a

  sí mismo que por los momentos ninguna de aquellas sombras entraría al pasillo y lo
  perseguiría, se permitió avanzar más, cuidando de no hacer ruido. Por dentro, Mojo

  Bond trataba de darse ánimos e infundirse ínfulas de valor con excusas y, la mejor que

  se le ocurría, es que él era el secretario general de Osmehel Cadamaren, el dueño de la

  nave, por lo que era razonable que él podría ir de aquí y allá con todo el permiso y la
  autorización  del  mundo.  Sin  embargo,  a  medida  que  las  sombras  se  convertían  en

  espectros más largos y siniestros, se preguntaba a sí mismo si primero se molestarían

  en exigirle que se identificara antes de hacerle algo horrendo y morboso.

       Mojo Bond llegó por fin hasta el marco de la entrada y no tardó en darse cuenta de
  que  aquel  misterioso  camarote  era  de  nadie  menos  que  del  capitán  de  la  nave:

  Meinhardt Hallyfax. El hombrecito se arrepintió profundamente de haber ido hasta ese

  lugar  y  ver  lo  que  vio  por  el  resquicio  de  la  puerta…  Las  sombras  eran  criaturas
  hórridas,  más  de  lo  que  su  imaginación  pudo  haber  concebido:  piel  malva,  gran

  estatura y cabezas inmensas y redondeadas, como de algún asqueroso animal marino.

  No tenían boca o nariz, en su lugar, había cuatro tentáculos largos que siseaban y que

  se  movían  con  pavorosa  ligereza  por  el  aire.  Sus  ojos  eran  pequeños,  redondos  y
  negros,  idénticos  a  los  de  un  tiburón,  pero  se  movían  describiendo  miradas  que

  denotaban profunda inteligencia. Sus dedos eran como las ramas de un árbol que se

  ha quemado, y sus trajes, que parecían de hechicero, eran negros y sólidos.

       Las  rodillas  de  Mojo  Bond  perdieron  su  solidez  y  empezó  a  temblar  de  arriba
  abajo,  abriendo  la  boca  con  asco  y  terror,  a  medida  que  las  chapas  de  su  chaleco
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