Page 59 - Luna de Plutón
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pretendes, pequeño monstruo? ¿Meterte y llegar hasta un emperador, así como si tal

  cosa?
       —Te informo que es el momento más idóneo para llevar a cabo este plan, porque

  no va a estar en su imperio, sino en un territorio neutral, no va a montar a toda su

  escolta imperial dentro de una nave espacial.

       —¡Pero aun así, Claudia!
       Knaach  enderezó  una  mesa,  y  se  subió  encima  de  ella,  sentándose,  para  poder

  tener así una vista perfecta de la barbilla de la niña.

       —¿Y  no  has  pensado  que  es  una  misión  suicida?  Kannongorff  iba  a  morir  de

  todos  modos.  A  ver,  ¿a  dónde  iba  a  escapar  después  de  dejar  tuerto  a  Gargajo?
  ¿Pensaba abrir una puerta y saltar al espacio?

       —¡Ogroroland no cree en kamikazes!

       —Oh,  pues  qué  lástima,  porque  entonces  me  temo  que  a  su  departamento  de
  inteligencia se le saltó ese pequeño detalle, o, simplemente, no te lo han dicho todo en

  esta vida. ¡Eres una niña, Claudia!

       —Kannongorff iba a escapar porque se suponía que era un golpe sorpresa, no iba
  a  atacar  de  frente  al  emperador  Gargajo.  Eso  le  iba  a  dar  tiempo  para  abordar  una

  cápsula de escape, las naves-casino tienen cientos.

       El cantinero asomó la calva y los ojos por el borde de la barra.

       —Mentira. Era una misión suicida. Pero aun si creyésemos en tu dulce visión de
  las cosas: tú no tienes chance de sobrevivir, Claudia…

       —Pues sépase que yo cursé «Supervivencia en condiciones de mierda I y II», y las

  aprobé con buenas calificaciones. Sé programar una cápsula de escape.

       Knaach soltó un gruñido y se bajó de la mesa, dándole la espalda a la ogro.
       —Si no hay forma de razonar contigo por las buenas ¡entonces ve tú sola!

       La niña apoyó las manos en la cintura.

       —¡Asumo mi responsabilidad yo sola! Nadie te ha pedido que fueras.
       —Pues bien —contestó el animal, con indiferencia.

       Claudia, como la señorita de alta alcurnia que era, recogió un poco su falda para

  cruzar a través del desordenado bar y, con mucho aire de dignidad y la frente en alto,

  inició su retirada, cruzando la puerta. El león frunció el ceño, entrecerró los ojos con
  amargura, y, encorvado, giró la cabeza bruscamente hacia el otro lado, de mal humor.
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