Page 60 - Luna de Plutón
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Los  pasos  retumbantes  se  empezaron  a  sentir  otra  vez…  para  cuando  Knaach

  levantó la cabeza, la niña estaba nuevamente frente a él.
       —Necesito que me guíes hasta la nave-casino, no conozco este lugar.

       Vista  desde  arriba,  la  Estación  Espacial  de  Plutón  parecía  una  araña,  porque  el

  centro  era  una  cúpula  gigantesca,  de  varias  millas  de  longitud,  rodeada  por  varias

  pistas  circulares  describiendo  trazos  zigzagueantes  en  el  horizonte,  llenas  de  naves
  espaciales  de  todos  los  tipos  y  formas  que  usualmente  formaban  un  enjambre

  espectacular.  Algunas  parecían  enormes  rascacielos,  otras  tenían  formas

  aerodinámicas, varias incluso daban la apariencia de ser enormes suburbios metálicos,

  con  calles  y  torres,  y  la  mayoría,  que  eran  muy  pequeñas,  volaban  en  un  tránsito
  ajetreado alrededor.

       La autopista que llevaba a la Estación Espacial desbordaba con la ingente cantidad

  de taxis.
       Las personas iban de acá para allá, los delgados androides con cabeza cuadrada y

  ruedas por piernas ayudaban a llevar los equipajes a aquellos que insertaban un pluto

  en la ranura que tenían en el pecho.
       Claudia ya había tenido una discusión con dos taxistas: la primera fue porque no

  querían dejar subir a un león dentro del vehículo y la segunda, porque no la querían

  dejar subir a ella, por miedo a que aplastara el coche y no pudiera flotar.

       Bajaron del autobús rojo que los dejó en la terminal número 12154.
       —Si fueses una espía hábil, le hubieras arrebatado el pase para entrar a la nave-

  casino que seguramente traía el agente Kannongorff —comentó Knaach con sorna.

       —Ese no es problema, porque yo subiré como una turista que va a apostar.

       —¿Ah, sí? ¿Y no has pensado en que te van a preguntar la edad? ¿O te piensas
  que dejan a los niños entrar a los casinos?

       Claudia se detuvo en seco, nerviosa.

       —N… No había pensado en eso.
       El león frunció el ceño y esgrimió una sonrisa, que se borró de inmediato cuando

  la ogro arrancó un cesto de basura de una pared y vertió todo el contenido sobre el

  escote de su vestido. Se acomodó toda la basura sobre el busto derecho, que quedó

  arrugado y grumoso, y visiblemente más grande que el izquierdo.
       —Ahora tengo que conseguir otro y resuelvo el problema.

       El cesto metálico cayó pesadamente al suelo.

       —¡Qué bestia eres!

       Al girar la cabeza varias veces de un lado a otro y darse cuenta de que no había
  más canastas de basura alrededor, Claudia echó un resoplido de mal humor, y recogió
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