Page 77 - Luna de Plutón
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además, fungía el hecho de que él no tenía absolutamente nada que ver con Gargajo.
El reporte que había leído en la Recicladora de Basura que la llevó a Plutón decía que
Bond solo trabajaba como secretario de Cadamaren.
—¿No le parece que se está metiendo demasiado en asuntos que no le incumben?
—resopló, cruzando los brazos.
—Pero resulta que están en la Herschel Magnatino —respondió con una sonrisa de
suficiencia y una ceja enarcada, peinándose el cabello con delicadeza— y sí es mi
problema.
De la cintura, se sacó un radio-control, y se lo acercó a la boca.
—Seguridad, por favor, venga en este mismo instante. Es una orden.
Se lo llevó otra vez a la cintura, se sostuvo las manos tras la espalda y, con los ojos
entrecerrados, asintió con la cabeza, observándolos a los dos. Knaach tenía la cara
entumecida por el miedo, viendo fijamente al sujeto, y haciéndose la idea de que por
fin ocurriría lo que siempre supo que ocurriría desde que no le quedó más remedio
que montarse en la cápsula transportadora, Claudia apretó los puños, con la frente
bañada en sudor. Como para delatar su culpabilidad, ambos dieron un respingo
cuando el cerrojo de la puerta que tenían atrás crujió.
Salió uno de los escoltas de la emperatriz, alto, de hombros muy angostos y
cintura muy compacta, y con la cara tapada por un velo negro, del mismo color que el
resto de su uniforme. Se quedó varios segundos viendo a los tres, y, sin mayores
problemas, cerró la puerta y se dispuso a caminar. Mojo Bond ensanchó los ojos,
viendo primero al guardaespaldas y luego a Knaach y Claudia. Rápidamente, se acercó
hasta él y tuvo que colocarse un puntillas para acercar su cara al velo. Le susurró una
serie de cosas mientras señalaba al león y la ogro con el dedo. El misterioso personaje
giró la cabeza lentamente para observarlos, y deslizó su brazo hasta la cintura, donde
extrajo su propio radio control, para llevárselo a la cara, solo que esta vez, a diferencia
de Bond, el aparato sí despidió un nubarrón de interferencia y un pitito doble.
—Necesito que vengan acá, tenemos un problema de seguridad —dijo, con una
horrible susurro jadeante.
—Ahora mismo —confirmó la voz a través de las rendijas del aparato.
Bond, de una forma muy mal disimulada, les intentaba tapar el campo de visión
del hombre hablando por radio.
Claudia estaba confundida. En menos de lo que tarda la aguja más larga y delgada
del reloj en recorrer medio camino hasta el próximo segundo, dos guardias de
seguridad se acercaron, llevaban escopetas plateadas tras la espalda, tan brillantes que
parecían espejos.