Page 516 - El cazador de sueños
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(a unos ciento diez por hora). Tenía mucho bulto en la baca. Como la lona azul que la
           tapaba  estaba  atada  de  cualquier  manera,  Henry  vio  qué  había  debajo:  maletas.
           Adivinó que no tardarían en caerse.

               Después de haberse encargado de Duddits (ya surtía efecto el jarabe), Henry miró
           la  carretera  con  detenimiento  y  no  acabó  de  sorprenderle  lo  que  vio.  Aunque  en
           sentido  norte  siguiera  sin  circular  casi  nadie  por  la  autopista,  los  dos  carriles

           contrarios estaban llenándose deprisa… y en efecto, por todas partes se habían salido
           coches.
               Owen  encendió  la  radio  justo  cuando  les  adelantaba  un  Mercedes  salpicando

           barro.  Tocó  el  botón  de  búsqueda,  encontró  música  clásica,  volvió  a  apretarlo,
           salieron los arrullos de Kenny G, y a la tercera pulsación… salió una voz.
               «…  un  porro  que  te  cagas,  como  un  misil»,  decía  la  voz.  Henry  y  Owen  se

           miraron.
               —Dice caga elarayo —comentó Duddits desde el asiento trasero.

               —Exacto —contestó Henry. Se oyó que el de la voz inhalaba en pleno micro—. Y
           para  mí  que  se  está  fumando  uno  gordo.  «No  sé  qué  pensará  la  Comisión  de
           Comunicaciones —dijo el locutor, tras una exhalación larga y ruidosa—, pero, como
           sea  verdad  la  mitad  de  lo  que  oigo,  pasaré  bastante  de  comisiones.  Hermanos  y

           hermanas, anda suelta ni más ni menos que una epidemia intergaláctica. Os aconsejo
           que canceléis cualquier viaje al norte.»

               Otra inhalación larga y ruidosa.
               «Queridos oyentes, ya tenemos aquí a los marcianetes. Es la noticia que nos llega
           de  los  condados  de  Somerset  y  Castle.  Epidemias,  rayos  mortales…  Va  a  ser  la
           rehostia. Iba a poner publicidad de neumáticos Century, pero que se jodan. —Ruido

           de  algo  rompiéndose.  Parecía  plástico.  Henry  estaba  fascinado.  Había  vuelto  su
           amiga, la oscuridad, y no en su cabeza, sino en la puta radio—. Hermanos, si estáis

           yendo en coche más al norte de Augusta, allá va un consejito de vuestro colega Dave
           el Solitario, por la WWVE: dad media vuelta. Y ahora mismo, tíos. Os pongo un
           disquete para ambientar la maniobra.»
               Como era de esperar, Dave el Solitario puso a los Doors. Jim Morrison recitando

           The End. Owen pasó a onda media.
               Consiguió encontrar noticias. El que las daba no ponía voz de flipado. Algo era

           algo. Otro paso en la buena dirección: dijo que no había razón para que cundiera el
           pánico.  Después  puso  declaraciones  del  presidente  y  el  gobernador  Baldacci,  que
           venían a decir lo mismo: tranquis, no os pongáis nerviosos que está todo controlado.

           Muy  bonito  y  muy  relajante,  jarabe  para  el  organismo  político.  A  las  once  de  la
           mañana,  horario  este,  tenía  que  comparecer  el  presidente  para  dar  un  informe
           completo a la ciudadanía.

               —Será el discurso que decía Kurtz —señaló Owen—. Sólo lo han adelantado uno




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