Page 517 - El cazador de sueños
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o dos días.
—¿Qué discurso…? —Shhh.
Owen señaló la radio.
Después de tranquilizar los ánimos de su audiencia, el locutor procedió a
encenderlos de nuevo repitiendo gran parte de los rumores que ya le habían oído al
flipado de la FM, pero en lenguaje más fino: epidemia, invasores del espacio, rayos…
A continuación, el tiempo: nevadas ocasionales, seguidas de lluvia y viento por la
llegada de un frente cálido (y de los marcianos asesinos). Se oyó un pitido, y empezó
desde el principio el mismo boletín.
—¡Mira! —dijo Duddits—. ¡Ede ante! ¿Tacueda? Señalaba por la ventana sucia,
temblándole el dedo y la voz.
Ahora tiritaba y le castañeteaban los dientes.
Owen echó un vistazo al Pontiac (en efecto, se había empotrado en la barrera de
separación entre los dos grupos de carriles; no había volcado del todo, pero estaba de
lado, con los desconsolados pasajeros rodeándolo), y después se volvió para mirar a
Duddits. Lo vio más pálido que antes, temblando y con un trozo de algodón en la
nariz, manchado de sangre.
—¿Está bien, Henry? —No lo sé.
—Saca la lengua.
—¿No sería mejor que miraras la…?
—No protestes, que voy bien. Saca la lengua. Henry obedeció. Owen se la miró e
hizo una mueca. —Tiene peor pinta, aunque debe de estar mejor. Se ha puesto blanca
toda la porquería.
—Sí, como en el corte que tengo en la pierna —dijo Henry—. Y tú igual, en la
cara y las cejas. Menos mal que no se nos ha metido en los pulmones. —Hizo una
pausa—. A Perlmutter se le puso en el intestino, y ahora le crece una cosa de esas.
—¿A cuánto están, Henry?
—Yo creo que a unos treinta kilómetros. Puede que alguno menos. Vaya, que si
pudieras acelerar… aunque sólo fuera un poquito…
Owen pisó el pedal con la seguridad de que Kurtz haría lo mismo en cuanto se
enterara de que ahora formaba parte de un éxodo general, y de que por lo tanto corría
mucho menos riesgo de que le parara la policía, civil o militar.
—Sigues oyendo a Pearly —dijo Owen—, y eso que se te está muriendo el byrus.
¿Es por…? Señaló hacia atrás con el pulgar, refiriéndose a Duddits, que estaba
reclinado y de momento ya no temblaba.
—Sí, claro —dijo Henry—. Lo de Duddits lo recibí mucho antes de empezar todo
esto. Igual que Jonesy, Pete y Beaver. No nos dábamos ni cuenta. Era una parte más
de la vida. —Claro, claro, como todo eso de pensar en bolsas de plástico, puentes y
escopetas en la boca. Una parte más de la vida—. Ahora es más fuerte. Puede que a la
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