Page 128 - La iglesia
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La tarde no fue buena para Juan Antonio Rodero. Llegó a casa a la hora de
comer y su esposa se limitó a ponerle el plato encima de la mesa. No hubo
beso ni saludo efusivo, tan solo un gruñido de bienvenida casi tan grave como
los de Ramón. El aparejador se entretuvo charlando con Carlos y Marisol para
impedir que un silencio gelatinoso se instaurara en el salón. El perro, que
siempre solía importunarles a la hora de comer con su mendicidad canina, se
mantenía apartado, como si oliera el ambiente enrarecido. Carlos tampoco fue
demasiado locuaz, respondiendo todo el tiempo con monosílabos. El episodio
de los dibujos de la noche anterior le había afectado: había pasado miedo. En
un aparte, Juan Antonio le preguntó a Marta si la niña había vuelto a hacer
algo extraño. Ella respondió que no y su respuesta fue un alivio a pesar de su
sequedad. El aparejador no notó nada anormal en su hija durante la comida,
como si los comportamientos insólitos de días anteriores no hubieran sido
más que un mal sueño. Juan Antonio se dijo que, con paciencia, la relación
con Marta se arreglaría; tan solo tenía que ser lo bastante prudente e
inteligente para no forzar las cosas. Un bache después de tantos años juntos
era algo hasta normal.
Poco después de las cuatro, Alfonso Bilbao le llamó al móvil para quedar
con él. Pasaron casi toda la tarde en el chalet que iban a reformar, en Loma
Margarita. Terminaron alrededor de las seis y el arquitecto le propuso ir a
Benzú a tomar un té moruno. Benzú es una travesía formada por casas bajas
casi al nivel del mar, una mezquita y un par de cafetines. Las vistas del
Estrecho de Gibraltar son esplendorosas, y la Mujer Muerta y el poblado
marroquí de Beliones pintan un maravilloso paisaje al oeste. Hablaron del
proyecto mientras degustaban unas pastas, hasta que el crepúsculo cedió su
lugar a una noche estrellada.
Juan Antonio llegó a casa alrededor de las nueve, nervioso ante lo que
pudiera encontrarse allí. La entrada fue decepcionante, Ramón ni siquiera
festejó su llegada. El perro se acercó a él, le olisqueó el pantalón, lamió su
mano y se tumbó bajo la mesa del comedor. Aquello le resultó extraño al
aparejador, que no recordaba haberle visto refugiarse allí debajo jamás. Por
segundo día consecutivo, encontró el salón vacío de presencia humana.
Tampoco había rastro de cena. Encendió la luz de la cocina y vio un vaso con
un poco de agua junto al fregadero. Abrió la puerta de su dormitorio sin hacer
ruido, se asomó y distinguió el bulto de Marta en su lado de la cama. Lo más
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