Page 131 - La iglesia
P. 131
de noche, y prueba de ello era que Ceuta estaba esculpiendo sus gemelos a
golpe de cuesta. Esa tarde se puso la ropa deportiva en cuanto Fernando
Jiménez dejó el último material pendiente en la iglesia. Abdel fue quien mejor
aprovechó la jornada: tuvo tiempo de dejar los portacirios relucientes, de
poner algo de orden en la sacristía y de rascar las paredes del primer piso.
Al párroco le extrañó encontrarse a Félix en el salón. Este interrumpió el
molesto tamborileo. La expresión de su cara era la de alguien que acaba de
descubrir un vídeo viral en internet en el que unos góticos se mean en la
tumba abierta de sus padres y sacan el esqueleto de su madre a bailar.
—Hola —saludó Ernesto—. Menudo careto, Félix. ¿Pasa algo?
—Tenemos que hablar, pero dúchate primero, ¿no? Vienes sudando, no te
vayas a enfriar…
—La ducha puede esperar. —Ernesto se sentó en otra silla, frente a él—.
Tú dirás.
Félix apoyó los codos sobre la mesa, se mordió el labio inferior y agachó
la cabeza. A Ernesto le dio la sensación de que le costaba trabajo arrancar,
como si el joven sacerdote supiera de antemano que su discurso no iba a ser
bien recibido. Tras unos segundos de silencio incómodo, comenzó a hablar:
—No quise decirte nada esta mañana porque estaba casi en shock, pero
dentro de la cripta me sucedió algo…
Ernesto se imaginó a sí mismo como un portero de fútbol que espera un
cañonazo a puerta de esos que, si te dan en la cara, te dejan sin conocimiento.
Algo le decía que su compañero estaba a punto de soltarle una bomba.
—No sé si fue un sueño o una alucinación —prosiguió Félix—, pero vi lo
que sucedió en esa cripta hace trescientos años.
—¿Que lo viste? —repitió Ernesto, escéptico.
—Lo vi, no me preguntes cómo. —El tono fue cortante—. Vi entrar a
unos frailes en la cámara y les seguí. Yo podía verles a ellos, pero ellos no a
mí…
Ernesto le interrumpió.
—No me puedo creer que me estés contando esto. Entiendo que quedarse
encerrado dentro de esa cripta debe de ser una experiencia agobiante, que tal
vez pueda provocar hasta alucinaciones… Pero de ahí a creértelas…
Félix dio una palmada muy fuerte en la mesa del comedor.
—¡Escúchame, joder, esto es serio!
Ernesto se sobresaltó: aquel no era el habitual comportamiento dócil y
educado del sacerdote, ni mucho menos el lenguaje que solía emplear. El
párroco se rindió y le invitó a continuar:
Página 131