Page 129 - La iglesia
P. 129

seguro  es  que  hubiera  tomado  alguna  pastilla  para  dormir.  No  la  iba  a

               condenar por eso.
                    Vio  luz  saliendo  por  debajo  de  la  puerta  del  cuarto  de  Carlos.  Al  ir  a
               entrar, descubrió que no podía moverla. Parecía atrancada. Juan Antonio trató
               de controlar el volumen de su voz para que su hijo le oyera y no despertar a

               nadie.
                    —¿Carlos?
                    —¿Papá?
                    —Abre.

                    Se oyeron ruidos detrás de la puerta, como si Carlos estuviera moviendo
               muebles. El batiente se abrió y mostró el rostro circunspecto del chaval. Tenía
               todas las luces de la habitación encendidas y la televisión de fondo, con una
               película de dibujos animados en DVD a la que no prestaba atención. Al ver a

               su padre, hizo algo que hacía mucho tiempo que no hacía.
                    Se abrazó a él.
                    Juan  Antonio  le  mantuvo  apretado  contra  su  cuerpo  durante  unos
               segundos y luego le apartó con dulzura. Sorteó la silla y el cajón de juguetes

               con los que había atrancado la puerta, se sentó en su cama y le invitó a hacer
               lo mismo.
                    —¿Aún tienes miedo? —le preguntó a Carlos, que asintió y clavó la vista
               en el suelo⁠—. No pasa nada, hijo. Marisol vio algo que la impresionó, nada

               más. Fue culpa mía.
                    —Fue esa estatua, ¿verdad?
                    —Sí.
                    —¿Por qué las cosas de las iglesias son tan terroríficas, papá?

                    —¿Terroríficas?  —Juan  Antonio  levantó  las  cejas,  entre  asombrado  y
               divertido⁠—. ¿Por qué dices que son terroríficas?
                    La mirada de Carlos llevaba implícita una gravedad casi solemne.
                    —¿Te  imaginas  que  apareciera  una  religión  nueva  que  adorara  a  un

               ahorcado, o a un empalado? ¿Qué pensaríamos de ella?
                    El  planteamiento  de  su  hijo  le  pilló  por  sorpresa.  Juan  Antonio  no
                                                                                      ⁠
               disponía  de  una  respuesta  rápida  —⁠y  menos  aún  lógica—  para  aquella
               reflexión.

                    —Pues  las  cosas  que  adoramos  los  cristianos  son  igual  de  siniestras
                  ⁠
               —prosiguió Carlos⁠—. Un hombre torturado, ensangrentado, mujeres llorando,
               algunas con el corazón atravesado por un puñal, santos atados y muertos a
               flechazos o con heridas en las manos… Bebemos sangre y comemos carne de

               Jesucristo, que se levantó después de muerto, como un zombi pensante. Si un




                                                      Página 129
   124   125   126   127   128   129   130   131   132   133   134