Page 137 - La iglesia
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y avanzó por la nave central hasta llegar a la solería que cubría la cripta. Su

               miedo  del  día  anterior  había  sido  reemplazado  por  la  determinación  de  un
               guerrero:  en  cuanto  concluyeran  las  obras,  acabaría  con  tres  siglos  de
               corrupción. Él no fracasaría como el padre Artemio. Félix estaba convencido
               de que el jorgiano jamás conoció el origen del mal. Lo más seguro es que el

               viejo enfocara sus exorcismos sobre la propia iglesia, y no era en ella donde
               residía  el  problema.  ¿Sabría  el  padre  Artemio  que  la  talla  del  cristo  impío
               contenía un corazón maldito en su interior, que a su vez servía de cobijo a un
               ente oscuro? Igual que la lámpara aprisiona al genio. Al djinn, como lo llamó

               el padre Alfredo.
                    Félix  localizó  los  portacirios  de  plata  en  el  presbiterio,  en  un  lugar
               privilegiado  a  la  vista  de  los  fieles.  Abdel  se  había  tomado  la  molestia  de
               reemplazar las viejas velas usadas por unas nuevas. El metal resplandecía. Al

               sacerdote le caía genial Abdel: le encantaba su amabilidad, el acento marroquí
               y la forma de hablar tan divertida que tenía. Mientras admiraba el trabajo de
               abrillantamiento  de  los  candeleros,  la  voz  de  Fernando  Jiménez  le  saludó
               desde el vestíbulo:

                    —¡Buenos  días,  padre!  —gritó  mientras  se  quitaba  el  chubasquero
               mojado⁠—. ¡Menudo día más perro hace! Es como si los ángeles se mearan en
               nuestra calavera…
                    —Veo  que  se  ha  levantado  poético.  ¿Vendrán  hoy  los  de  Parques  y

               Jardines?
                    —Con esta lluvia no creo —aventuró.
                    Félix se acercó a Fernando Jiménez. No le apetecía dialogar a gritos en la
               iglesia.

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                    —Da igual, tampoco les queda mucho que hacer —dijo el sacerdote—.
               ¿Ha venido usted solo?
                    Jiménez  hizo  un  gurruño  con  el  chubasquero  y  lo  lanzó  a  una  esquina,
               antes de sustituirlo por el mono de trabajo.

                    —He venido con Rafi en la Vespa. —⁠Félix, que ignoraba que en Ceuta
               mucha gente llama Vespa a las pick-ups, pensó que era uno de los sinónimos
                                                 ⁠
               estrambóticos del contratista—. Está recogiendo unas brochas y unos rodillos
               que compramos ayer. Miguel no tardará, ha ido a por los curdos.

                    —¿Los curdos?
                    —Hamido, Mohamed y Abdel.
                    Félix puso los ojos en blanco.
                    —Si me necesita estaré dentro, en la sacristía.

                    —Ajá, en la trastienda.




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